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3 de septiembre de 2020

27 de agosto de 2020

C. de Sta. Engracia, 60 (comparativa) 2008-2020


2008                                                                     2020

20 de agosto de 2020

C. de S. Roque, 18 (comparativa) 1936-2020


1936                                                                              2020

13 de agosto de 2020

12 de enero de 2019

Eduardo Arroyo



Madrid rinde homenaje a la figura del pintor madrileño Eduardo Arroyo, fallecido a los 81 años el pasado 14 de octubre, con una exposición que reúne 38 obras, entre pintura y escultura, producidas por el artista desde el año 2000.
El título de la exposición proviene del último cuadro pintado por el artista en julio de 2018 en su taller de Robles de Laciana (León).



Como señala la comisaria de la muestra, Fabienne Di Rocco:
A partir de la famosa leyenda del marinero maldito recreada en la música de Richard Wagner, Arroyo inventa una gran composición en forma de fantasía literaria donde el amarillo y los colores primarios compiten con la máscara negra del personaje de Fantômas, que juega como en un jeroglífico contra otros fantasmas presentes en la exposición”.

La obra de Arroyo está plagada de referencias literarias, Dorian Gray, Moby Dick, Don Juan Tenorio, Falstaff, Madame Butterfly, Doña Inés, Unamuno o La guerra de los mundos.


 La exposición, El Buque Fantasma”, podrá visitarse, desde hoy 12 de enero, hasta el 17 de marzo, en el Pabellón Villanueva del Real Jardín Botánico.



M@driz hacia arriba©2006-2019 | Manuel Romo

9 de septiembre de 2016

Ginés F. Castillo



"LUGARES"
obras de
Ginés F. Castillo

Inauguración: Viernes 16 de setiembre a las 20 h.

junto con el acto de apertura del ciclo 2016-17

Visitas de lunes a viernes de 10 a 14 y de 17 a 21 h. - Sábados de 10 a 14 h.
Clausura: 15 de octubre



-Pero ¿Con qué pinta?
-Es acrílico, seguro que es acrílico.
-Que no, se ve que es óleo.
-Pues a mí me parece más bien acuarela, estas transparencias se logran sólo con acuarela.
-¿Tú crees?...no sé, parece otra cosa.

   Esta discusión es la que se puede oír frente a una obra de Ginés, pero es muy difícil adivinar el medio que el artista ha utilizado para realizar su trabajo; sus colores pocas veces salen de un tubo de pintura. Él es un alquimista de la plástica, los colores los obtiene de extrañas reacciones químicas, siempre nuevas, siempre distintas porque él es un buscador curioso de todo lo que puede producir un efecto visual, no para sorprender o chocar, sino para compartir con nosotros su visión del mundo, o más bien su visión a secas.
   La superficie de sus cuadros son una puerta de acceso hacia el interior, pero el pasar de fuera a dentro no se hace de cualquier manera, por eso es importante que este acceso sea adecuado y facilite el paso sin dificultad: Ginés lo comprende así y, consciente de ello, da toda la importancia que merece al tratamiento de la superficie. Por este motivo busca, investiga hasta dar con la técnica que más se adapta a la forma en que quiere abrir esta puerta.
   Utiliza en su trabajo a veces una grupilla, otras un trozo de tela, una arandela y una infinidad de objetos y productos industriales heteróclitos, todos ellos muy alejados del quehacer artístico habitual pero que en sus manos adquieren una dimensión poética insospechada que nos hace olvidar su banalidad al verlos integrados en el relato artístico del cuadro y así dejan de ser objetos neutros para convertirse en elementos activos que transmiten sensaciones y emoción.
   Su composición es fuerte, madura, nunca casual. Cada elemento del cuadro está en su lugar, se ve un sostenido trabajo de reflexión que no deja nada al azar y sin embargo, este poderoso trabajo intelectual no cierra el paso a lo emocional, por el contrario: lo busca y lo provoca.
   Visitando su exposición nos encontramos con un artista sincero y generoso, que en su obra nos da a ver, sin artimañas, lo que él es y nos invita a participar con él de sus “estados de alma”: nos muestra sin ambages su propia realidad interior, haciéndonos ver en espejo, la nuestra, esa que teníamos olvidada, oculta por las preocupaciones del diario vivir. El contemplar sus obras nos permite encontrarnos a nosotros mismos.
Es un poeta que nos muestra sus sentimientos y emociones dejándonos el suficiente espacio para que participemos en su obra con nuestros propios sentimientos y emociones de modo que nos encontremos presentes en sus cuadros. Ginés nos permite reinventar su obra adaptándola a nuestra realidad personal de manera que podemos, apoyándonos en lo que vemos, crear nuestro propio universo, diferente del suyo pero compartiendo el mismo espacio de 100x120cm.
   Kuo Hsi, gran pintor de los Sung, dijo: Hay paisajes pintados que uno atraviesa o contempla; otros por los cuales podemos pasear; otros aún en los que quisiéramos quedarnos y vivir en ellos. Todos estos paisajes alcanzan el grado de excelencia. Sin embargo, aquellos en los que nos gustaría vivir son superiores a los otros”.
   Los cuadros de Ginés son una invitación a errar por un espacio onírico, irreal, en el que todo es posible; en ellos los colores, la composición y las formas son resonancias que hacen eco con nuestras propias vibraciones; son paisajes sin montes ni ríos ni árboles que , sin embargo, poseen todo lo necesario para que podamos deambular e incluso, quedarnos en ellos para apoderarnos de ese tiempo que se nos ofrece, tiempo de contemplación, tiempo que no se detiene pero que se abre y se ensancha para dar cabida al espacio para el paseo y el ensueño…
   Finalmente, podemos decir que Ginés es un artista íntegro y original que ha mantenido la humildad que le permite aprender de los grandes maestros y, al mismo tiempo, guardar esa parte de soberbia, indispensable a todo artista, que lo autoriza a liberarse de su influencia, para crear su propia forma de expresión y ofrecernos un arte fresco y sorprendente.

                                                                                                                                                                             Edmond Sefcick



Ginés F. Castillo
Archena (Murcia), 1960.

   Su primera incursión en el panorama expositivo data de 1984 cuando presenta en Madrid, en la galería de artesanía Tartessos, un grupo de piezas cerámicas realizadas a mano y cocidas con la técnica de raku-yaki. Poco después, el Premio Valladolid de Escultura de 1985 selecciona una de sus cabezas en barro: “La Piedra de la Locura”; acicate que le llevará al estudio de la figura humana y a su particular interpretación, representándola y vaciándola en materiales diversos, siendo el barro refractario, el hormigón y el poliéster los más utilizados en sus esculturas de estilo figurativo expresionista, de manifiesto en obras como “Génesis” (ARCO’88. Madrid en Vanguardia. Fundación Colegio del Rey. Alcalá de Henares) y “Retrato de Hombre Cansado” premiado en su día por La Fundación Antonio Saura. Casa Zabala, Cuenca.
   Años más tarde, su inquieto espíritu investigador, le llevará a experimentar la expresión plástica en dos dimensiones sobre cuadros en los que, rindiendo homenaje a los propios materiales (todavía más escultóricos que pictóricos) es conducido por los caminos del informalismo de la segunda mitad del siglo XX y por el expresionismo abstracto aún presente en su obra, aunque hoy más inclinado hacia una tímida, casi minimalista, representación de lo figurativo; hecho que se evidencia en su última exposición individual titulada “Antumbra”, expuesta simultáneamente en las galerías ”Pilares” y “Por Amor al Arte” en la ciudad de Cuenca, así como en otras colectivas y en ferias nacionales como ART MADRID, DONOSTIARTEAN o ROOM ART FAIR.
   En la muestra que hoy presentamos el artista nos enseña los “Lugares” de sí, expresados mediante composiciones a base de collages y espacios que se autocrean gracias a la presencia y disposición de pequeñas huellas o impresiones de objetos descontextualizados cargados de un cierto simbolismo y que nos recuerda aquello que el propio Ginés reconoce en su statement:
La dimensión temporal de lo vivido y la materia como protagonista, hacen que mi obra se centre en la reflexión sobre la propia existencia y en la indagación experimental sobre el poder expresivo de los materiales.”




MUSEO DEL ESCRITOR
GALERÍA DE ARTE
LIBRERÍA ESPECIALIZADA
EDITORIAL

EXPOSICIONES – CONFERENCIAS – CONCIERTOS
PRESENTACIONES DE LIBROS – LECTURAS
TALLERES - ENCUENTROS

C/Galileo, 52
28015 Madrid
España

Twitter: CAMMADRID
Instagram: Centro de Arte Moderno Madrid 
Podrá ver el video de los actos realizados en el Centro de Arte Moderno en nuestro canal de Youtube:
CAM MADRID


19 de febrero de 2014

Madrid 1910-1935


©M@driz hacia arriba

La exposición Madrid 1910-1935, pretende ofrecer una visión sobre los cambios operados en la ciudad durante las tres primeras décadas del siglo XX, un Madrid que buscaba convertirse, como cualquier ciudad europea, en una ciudad moderna. Para ello se producen en el interior del casco histórico remodelaciones, ampliaciones y demoliciones que provocarán múltiples debates urbanísticos protagonizados por los técnicos del Ayuntamiento, por higienistas, por ingenieros, por arquitectos y por urbanistas. 


Esta nueva ciudad al ir creciendo necesitaba comunicar sus cada vez más distantes extremos, modernizar sus transportes, ampliar vías y calles, ensanchar calzadas para dar paso a una maraña circulatoria. Necesitaba también sanear y planificar las nuevas formas de abastecimiento, acordes con el incremento demográfico, sin olvidarse de adornar y embellecer sus plazas y glorietas. Precisaba igualmente canalizar un río de difícil comportamiento hidrológico, aunque para ello las castizas lavanderas tuvieran que decir adiós. Como también centros médicos, atención asistencial, escuelas, bibliotecas y espacios como la Casa de Campo abierta a los madrileños con la llegada de la segunda República. 

©M@driz hacia arriba

Para esta exposición, el Ayuntamiento de Madrid se sirve, en su mayor parte, del material del Servicio Fotográfico Municipal, servicio creado en 1914, para dejar constancia de todos estos cambios, incluyendo imágenes de fiestas, procesiones, verbenas, desfiles y otro tipo de similares eventos, donde el ciudadano se sentía protagonista de las transformaciones de la ciudad y que apenas pudo disfrutar, pues fue fatalmente interrumpido en 1936, con el estallido de la Guerra Civil. Si te gusta Madrid y la fotografía, no te puedes perder: “Madrid 1910-1935, fragmentos visuales, secuencias y contrastes de una ciudad en transformación”, en la sala I del Centro Cultural Conde Duque, del 14 de febrero al 20 de abril. Entrada libre.
 
 
Texto de la gráfica y fotos de la exposición.
Madridpolis©2013 | Manuel Romo

22 de octubre de 2013

Mingote…al desnudo


Con motivo de la exposición que se inaugurará el próximo día 4 de noviembre en el Museo del Ejército de Toledo, sirva como excusa de este blog ofrecer otro pequeño homenaje al decano, podríamos decir, de los dibujantes-humoristas que ha tenido este país, D. Antonio Mingote (1919-2012)


La muestra que llevará por título “Mingote y el ejército: Una vida en cuatro actos” tendrá como comisario al coronel Jesús María González de Caldas Paniagua.

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En ella se expondrán objetos personales cedidos por la familia del genial dibujante, académico de la lengua, escritor y periodista durante su vida militar, incluyendo unos cuadernos inéditos realizados durante la contienda de 1936, dibujos censurados por el régimen dado su carácter crítico y los desenfadados carteles que durante años dibujó para los “Premios Ejército”


Como reza una placa conmemorativa, en uno de los edificios que decoró, sita en la plaza de Cristino Martos:

“A D. Antonio Mingote por enseñarnos con humor y amor la vida”

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M@driz hacia arriba©2006-2013 | Manuel Romo

20 de julio de 2011

Cornelis Zitman en Madrid


Aunque en un principio este artículo parezca no encajar con la temática pretendida de este blog, nada más lejos de la realidad, pues, a mi entender, es una forma de Art-quitectura, al fin y al cabo.
Hace unos días, con motivo de la reapertura, no exenta de polémica, del C. C. Conde Duque, visité por casualidad una exposición de escultura de un artista holandés, para mí totalmente desconocido y que por la originalidad de su obra, que me sorprendió y entusiasmó, he creído conveniente incluir aquí mi particular homenaje.

 Cornelis Zitman nace en el año de 1926, en el seno de una familia de constructores de Leiden, Holanda. Con 15 años ingresa en la Academia de Bellas Artes de la Haya. En 1947, en plena Segunda Guerra Mundial, emigra en un petrolero sueco a América del Sur, a la ciudad de Coro, Venezuela. En 1949 se traslada a Caracas donde comienza a pintar y esculpir inspirándose en los cuerpos de la población nativa, recibiendo en 1951 el Premio Nacional de Escultura.
En 1961 expone en Boston, Estados Unidos, y en 1964 vuelve por espacio de tres años a Holanda para aprender técnicas de fundición con el también escultor Pieter Starreveld. Tras este aprendizaje, vuelve a Venezuela para establecerse definitivamente en un trapiche, viejo molino de caña de azúcar, situado en una de las colinas que rodean la ciudad de Caracas, donde consolida su carácter de escultor, convirtiendo sus obras en representaciones de una nueva raza, la que se ha dado en llamar, la raza zitmaniana.

En 1971 expone en la galería Dina Vierny de París y, a partir de entonces, se dedica exclusivamente a la escultura. Expone individualmente en Venezuela, Suiza, Estados Unidos, Francia, Holanda y Japón, obteniendo varios premios nacionales e internacionales.
Sus esculturas, la mayoría en bronce, representan lo visible y lo tangible, destacando y exagerando a modo de caricatura la morfología de los indígenas de aquellas tierras venezolanas. Caben destacar especialmente las figuras femeninas, por sus tremendos y rotundos volúmenes, sin desmerecer las esculturas tribales, las de niños y ciclistas.

La exposición “Cornelis Zitman en Madrid”, que se expone en el Centro Cultural Conde Duque desde el 10 de junio hasta el 16 de octubre, da acogida a 103 esculturas, 25 dibujos y un óleo fechado en 1946, su obra más antigua, y en la que los críticos han querido ver una premonición de lo que posteriormente sería su mundo creativo. La exposición se compone de obras procedentes del Museo Beelden Aan Zee de Scheveningen, Holanda, del Museo Maillon, de París, de diversas colecciones de particulares y de la colección del propio artista.

M@driz hacia arriba© 2011 | Manuel Romo

26 de abril de 2011

Corredera Baja de San Pablo, 20


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Según la Guía de Arquitectura de Madrid, del Colegio Oficial de Arquitectos, el edificio está considerado del siglo XVII. En la Planimetría General de Madrid de 1750, se menciona que en ese año pertenecía “a Don Andrés de Ayala Godoy y que fue de herederos de Juan Simón del Valle, quien la privilegió con 750 maravedíes en 23 de febrero de 1613”.

Entre 1750 y 1765 es cuando se supone que pasa a pertenecer a la Orden Hospitalaria y Militar de los Caballeros de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta, como indica el escudo dieciochesco que corona el portalón de entrada, con la cruz bajo corona real volada, que aún pervive en la fachada.
No existen datos concretos, pero se cree que pudo ser una hospedería para asistir a los peregrinos y para alojar a los médicos de la Orden, por la cercanía a la Hermandad del Refugio y la iglesia de San Antonio de los Alemanes.
En tiempos de la desamortización de Mendizábal (1836), la propiedad se traspasa de la orden religioso-militar a la iniciativa privada, pasando su uso a ser de vivienda residencial y servicio público. Se trata de una finca de planta poligonal con dos fachadas, una a la Corredera Baja de San Pablo, 20 y otra a la calle del Barco, 39 y con un patio central común a los dos inmuebles.

La superficie total construida es de 2.921 m2., y unos 793 m2 por planta. Tiene sótano, tres plantas y buhardillas. Posee una estructura compuesta por muros de carga de fábrica de ladrillo macizo, forjados de viguetas de madera, y trama de madera con relleno de cuarteles de fábrica de ladrillo en tabiquería interior.
Consta de cinco crujías, un gran pilón de granito labrado en el patio, bóveda de ladrillo y probablemente un aljibe para recoger el agua de lluvia, ya que los caballeros de la Orden de Malta acostumbraban a ser autosuficientes. Otra de las joyas del edificio es su patio tradicional castellano, empedrado con cantos rodados, probablemente único en el centro histórico de Madrid.

Como curiosidades, en él residió en 1909 doña Ana Ruiz, la madre del poeta Antonio Machado, o que en su fachada aún se aprecian las marcas que provocó el impacto de un obús durante la Guerra Civil.
Sus últimos moradores fueron, la taberna y casa de comidas Pepita, una academia y un movimiento okupa, que tras el desalojo policial de éstos a principios de 2011, vuelve a quedar el edificio cerrado a cal y canto, propiciando aún más su estado de abandono y ruina, a la espera de contestación por parte de las autoridades, a las peticiones de asociaciones vecinales para su rehabilitación y posterior uso para actividades culturales del barrio.

Fuentes: ACIBU, "Madrid Villa y Corte", "Urbanity", "La Ilustración Española y Americana", "Ayuntamiento de Madrid", "Archivo Histórico Regional", "Viejo Madrid", "Sociedad Española de Librería", "Museo Municipal de Madrid".
M@driz hacia arriba© 2011 | Manuel Romo

13 de abril de 2011

Compañía General de Impresores y Libreros del Reino

Compañía 3

C/. San Bernardo, 82

La mayoría de los libros utilizados en España desde la invención de la imprenta, (Lauren Janszoom Coster 1440, Pamfilo Castaldi 1444, Gutenberg 1450 ), hasta el siglo XVI, fueron libros importados preferentemente de Italia, Francia y Alemania. Las imprentas españolas eran pequeñas, modestas oficinas con un pequeño número de prensas y de obreros que no podían competir con las grandes imprentas del exterior.
Desde tiempos de Felipe II venían imprimiéndose en Amberes, hasta que en 1717 Felipe V mandó “que se estableciera en España una imprenta de libros sagrados que aventajasen a la de Amberes para que los beneficios de la impresión quedaran en España y no salieran al extranjero tantos caudales”. Ante el mandato real, los jerónimos de El Escorial, que no se resignaban a perder los beneficios económicos que les reportaba el privilegio concedido por Felipe II de imprimir estos libros, se comprometían a adquirir los libros de la Compañía, a condición de que ésta se obligara a pasar los pliegos, antes de su impresión, al Comisario General de la Cruzada para su aprobación.

Luego que se juntaron los impresores, y mercaderes de libros de Madrid, tomaron la laudable determinación de formar una compañía, por la cual se facilitase el caudal necesario para hacer impresiones en el Reyno y privar a los extranjeros en parte de las muchas ganancias que sacaban con las que nos introducían para nuestros uso”.

Así nace en 1758 la Compañía de Mercaderes de Libros de la Corte, que con el objetivo principal de hacerse cargo de la impresión de los libros de rezo en España, absorbe a las comunidades religiosas, llamadas “manos muertas”, como la Hermandad de Mercaderes de San Jerónimo, que agrupaba a encuadernadores y libreros, y la de San Juan Evangelista, que agrupaba a los impresores. Ya en 1763, bajo el patrocinio de Carlos III, cede su lugar a la Real Compañía de Impresores y Libreros del Reino. "En esta compañía se admitirán á todos los impresores y mercaderes de libros de estos Reynos, que tengan imprenta propia, y tienda pública de libros...".

La Compañía se organizó como una sociedad por acciones, cuya unidad costaba 1.500 reales. Estaba gobernada por cinco directores: Antonio Sanz, Francisco Manuel de Mena, Alfonso Martín de la Higuera, Manuel López de Bustamante y Francisco Fernández, y constaba de ochenta miembros entre mercaderes, libreros, impresores y encuadernadores. Su finalidad era fomentar el comercio nacional de libros, emplear papel, tinta y letras fabricados en el reino, encargar la apertura de láminas a abridores españoles, y evitar el fraude de libreros desaprensivos. En 1787 obtuvieron la autorización real para montar un taller propio en el que podían imprimir. El país se había librado de la servidumbre de la importación, única forma de suministro hasta la segunda mitad del siglo XVIII.

Fuentes: "Madrid Villa y Corte" de Pedro Montoliú Camps, "Urbanity", "Postales Antiguas de Madrid" de Ediciones La Librería, "La Ilustración Española y Americana", "Ayuntamiento de Madrid", "Archivo Histórico Regional", "Viejo Madrid", "Sociedad Española de Librería", "Museo Municipal de Madrid".
M@driz hacia arriba© 2011 | Manuel Romo

4 de febrero de 2011

Museo del Prado


Mº Prado1 XVIII

Si la iglesia de San Jerónimo es la construcción más antigua de la zona, el Museo del Prado, situado justamente delante, es el más famoso de los edificios madrileños junto al Palacio Real. El proyecto, concebido por Carlos III como Gabinete, Academia y Museo de Ciencias Naturales, fue comenzado por Juan de Villanueva en 1785, tres años antes de la muerte del rey.

Mº Prado2 XIX

El edificio es de forma alargada y terminado en sus extremos en dos alas de planta cuadrada. El frontis de la entrada principal fue hecho en piedra granítica con seis grandes columnas dóricas y un ático decorado. En la fachada se colocaron medallones, jarrones y esculturas alegóricas a las artes, obras de Mariano Salvatierra, y se dotó al ala norte de una rotonda con ocho columnas jónicas que sostenían una cúpula abierta.

Durante la guerra de la Independencia se interrumpieron las obras, el edificio fue saqueado, el plomo de sus cubiertas fue utilizado en la fabricación de munición y las dependencias fueron utilizadas como caballerizas. Tras la marcha de los franceses, Fernando VII en 1819 terminó las obras y encargó restaurar el edificio a Santiago Gutiérrez de Arintero para adecuarlo a Museo de Pinturas. La restauración del edificio costó siete millones de reales.

En la organización del interior intervino Maria Isabel de Braganza, llevando al nuevo museo 311 pinturas de palacios y posesiones reales, además de estatuas y muebles. La nueva galería de exposiciones fue inaugurada en 1819 con la norma de apertura que regía entonces: “todos los días, salvo los lluviosos en que hubiera lodo”.

Mº Prado7 1880 Mº Prado8 

En 1868 pasó a depender del Patrimonio Nacional, pasando desde entonces a designarse con el nombre actual de Museo del Prado. El edificio fue ampliado en dos ocasiones: entre 1914 y 1918 y entre 1955 y 1956. En 1928 Pedro Muguruza se encargó de sustituir el desnivel de acceso al ala norte por una escalera que terminaba en el pórtico sustentado por cuatro columnas jónicas.

Mº Prado3 1857 Mº Prado4

Las obras que forman los fondos del museo hacen de esta pinacoteca una de las más importantes del mundo. Los pintores, tanto españoles como extranjeros, más famosos están allí representados. Las estatuas de tres de estos pintores fueron colocadas a las entradas del museo. Murillo, obra en bronce de Sabino Medina; la de Velázquez realizada por Aniceto Marinas y la de Goya obra de Mariano Benlliure.

Fuentes: "Madrid Villa y Corte" de Pedro Montoliú Camps, "Urbanity", "Postales Antiguas de Madrid" de Ediciones La Librería, "La Ilustración Española y Americana", "Ayuntamiento de Madrid", "Archivo Histórico Regional", "Viejo Madrid", "Sociedad Española de Librería", "Museo Municipal de Madrid".

M@driz hacia arriba© 2011 | Manuel Romo

19 de noviembre de 2010

Teatro Apolo



Madrid conoció en la segunda mitad del siglo XIX el mayor crecimiento teatral de su historia. Teatros como el Español, Novedades, Variedades y Circo Price compitieron con el Martín, Eslava, Lara, Apolo, Comedia o Príncipe Alfonso. A estos se unían el Bretón, Buenavista, Recreo, Cava Baja, Liceo Cervantes, Liceo Ríus, Platerías, Pintoresco, De la Risa, De la Sartén y otros de corta vida o de temporada, al ofrecer sólo representaciones en verano. Ante la oferta existente se acordaron cuatro representaciones: Antes de cenar, después de cenar, después de la tertulia y la cuarta para trasnochadores. Nacía el teatro de funciones por horas. ¡Un real costaba la entrada!.

En 1861 había en Madrid 575 sociedades casino, 145 de baile, 139 de música y 123 dramáticas, con nombres como Rigoletto, El Club de los Lindos, La Deliciosa o El Elegante. Los salones del Prado, Recoletos, Circo de Paúl o Alhambra se convertían en salones de baile y surgieron otros como el jardín del Circo Price, los jardines Tívoli, los jardines Paraíso, el Eliseo Madrileño y los Campos Elíseos. En casas particulares, sobre todo de la nobleza, se representaban obras, todavía en 1864 había 722 marqueses, 588 condes, 166 caballeros de Santiago, 82 duques, 74 vizcondes y 67 barones. 

En 1870 el primitivo convento de los carmelitas descalzos fue demolido para construir el Teatro Apolo, un templo de la música que si bien al principio se dedicaba a poner obras de Echegaray, pronto se convirtió en la sede del teatro lírico estrenando “La Verbena de la Paloma”, con el sobrenombre de “El boticario y las chulapas o Celos mal reprimidos”, “La Revoltosa”, “Agua, azucarillos y aguardiente” o “La Gran Vía”, esta última estrenada en el Teatro Felipe y luego cuatro temporadas en el Apolo.

Teatro Apolo4 1920

En los últimos diez años del siglo se produjeron 1500 títulos de autores como los hermanos Álvarez Quintero, Arniches, Benavente, Vital Aza o Fernández Shaw con música de Chueca, Chapí, Bretón, Torregrosa o Serrano. El Teatro Apolo, antes Teatro Moratín estuvo situado junto a la iglesia de San José, en la calle de Alcalá, y abrió su puertas entre 1873 y 1929. Tras su demolición se levantó en su lugar el edificio del Banco de Vizcaya.


Madrid hacia arriba© 2010 | Manuel Romo

28 de octubre de 2010

Fachadas madrileñas


En estos últimos días del mes de octubre, con las navidades en ciernes al menos en algunos comercios, con el ambiente fresquito y el cielo despejado y por lo tanto con sol, Madrid se llena de una luminosidad que hace resaltar detalles que sin esa claridad quedan en la penumbra y pasan desapercibidos.
En las fachadas de muchos edificios decimonónicos, dependiendo de esa incidencia de luz, podemos apreciar en todo su esplendor infinitos remates de una decoración barroca, modernista o rococó con los que arquitectos de otras épocas decoraban sus proyectos.

Hoy en día se continúan diseñando edificios, naturalmente, pero con una concepción de puertas adentro, el entorno no preocupa, los edificios centenarios contiguos, si los hubiere, no son tenidos en cuenta, es más importante el lucimiento personal, la innovación, lo revolucionario.  
Y así nos encontramos con múltiples y variadas aberraciones arquitectónicas entre dos edificios preciosistas, “pegotes” que cuadrarían bien en urbanizaciones de reciente construcción, en los P.A.U., en ensanches o en ciudades empresariales pero, ¡por favor!, no en el casco histórico de Madrid y aunque suene a trasnochado, “la tierra del requiebro y del chotís”.

Hubo arquitectos como Lloyd Wright, Alvar Aalto, Niemeyer, Neutra, etc., que observaban el entorno donde se les había encargado que construyesen y luego, se estrujaban las meninges, ponían a trabajar su imaginación y daban forma a sus sueños, en definitiva, se preocupaban de que su proyecto se beneficiara de lo que le circundaba y viceversa. En fin, que veo edificaciones en pleno centro “protegido”, que como en aquél famoso chiste de los gitanos y la Benemérita, me hacen exclamar, con perdón, “...no sé, pero me está entrando una mala leche”.
Hago responsables a las administraciones de turno, de que en zonas protegidas por normativa, y en la mayoría de los casos por intereses especulativos, dejen que la finca llegue al estado de ruina para así poder derribarla y se puedan edificar más metros cuadrados en más altura, y lo que es peor aún, sin estar aún declarada en estado de ruina.
  
¿Hay alguna forma de que los centros históricos de las ciudades resistan los afanes especulativos y las ínfulas modernizantes?. Yo creo que se puede hacer, evitando la degradación de la ciudad y la pérdida del legado antiguo, la especulación, el crecimiento inarmónico y desordenado, el desprecio por los valores regionales y fomentando el conocimiento de la historia del arte y de los valores urbanísticos.
Parafraseando a un innombrable austriaco, “Sólo se respeta lo que se ama y sólo se ama lo que se conoce”. Sin esta premisa educativa, cualquier plan destinado a conservar nuestros valores está condenado al fracaso. La conciliación del progreso con la memoria histórica sigue siendo el gran reto.

Madrid hacia arriba© 2010 | Manuel Romo

11 de octubre de 2010

Relojes en Madrid


Desde que el hombre está sobre la tierra y puede recordar, el tiempo siempre ha sido para él uno de los motivos de mayor preocupación. No se sabe por qué razón, pero ha tenido la imperiosa necesidad de conocer el momento del día y de la noche en que se hallaba para organizar su vida cotidiana. Se dio cuenta de que mirando hacia arriba, al firmamento, podía orientarse con la rotación de la tierra y con unas referencias, decidir si era la hora de cazar, recolectar, dormir, pintar o comer.
No le resultó lo suficientemente precisa la situación de una infinidad de puntos luminosos allá arriba y se percató, hace como unos 4.000 años, de que con un palito en el suelo y la sombra que proyectaba, podía controlar con más exactitud el momento justo para ir a comer, cazar, etc. Pero las diferentes estaciones del año le confundían, la dirección de la sombra del palito variaba de una temporada a otra y eso no era, ni por asomo, la precisión que el hombre necesitaba. ¿Y por la noche, dónde estaba la sombra del palito?

Y como en aquellos remotos tiempos también las ciencias adelantaban que era una barbaridad, el hombre no paró hasta dar con un medidor de tiempo más preciso y, ¡eureka!, hace unos 3.500 años, no sin dificultades, inventó la clepsidra (reloj de agua), que le permitía mediante la simple gravedad y un recipiente graduado en su interior, tener mejor noción del tiempo transcurrido.
Quiso el hombre controlarse más y rizó el rizo y, allá por el siglo VIII, mediante unas ampolletas de vidrio unidas por un orificio y una cierta cantidad de arena (reloj de arena, evidentemente) consiguió más control. Pero ¿qué ocurrió?, que de tanto uso las areniscas, por erosión, se iban haciendo más finas, caían con mayor rapidez y el invento ya no marcaba el mismo tiempo para el que había sido creado. Además, si quería controlar un espacio de tiempo amplio, debía construir unas ampolletas enormes y le resultó un poco incómodo su manejo.

Tuvo que volverse a estrujar más el cerebro para conseguir la máxima exactitud posible y como el tiempo urgía, trabajó día y noche dibujando resortes, ejes y engranajes que más tarde, tallados en madera, milimétricamente colocados y con los oportunos ajustes, daban como resultado un maravilloso mecanismo totalmente artesanal, el perfecto aparato de medición del tiempo.
Hubo quien dijo que sonaba demasiado, que atrasaba, que adelantaba, que se rompían las piezas con frecuencia, en fin, que no era tan perfecto como decían, que quizá con otros materiales...Y en su afán de perfección, de complacer y complacerse, el hombre experimentó con diversos materiales y sustituyó madera por hierro y bronce.

Aún así, continuaban cometiendo errores en la medida del inexorable tiempo y empleó materiales más resistentes y menos pesados como el latón, el acero e incluso piedras preciosas como el rubí y el diamante. Consiguió fabricarlos de un tamaño lo suficientemente pequeño para que nos acompañaran constantemente ya en el bolsillo con una cadenita (leontina), ya en la muñeca (de pulsera).  
Llegó el siglo XX, la era moderna, la industrialización, las computadoras electrónicas, la informática, y el hombre no cejó en su empeño hasta conseguir digitalizar con cuarzo (error de tres segundos al año) el aparato primigenio. Hoy en día, el hombre sigue intentando controlar a quien le controla y aunque está bastante satisfecho con el trabajo hasta el momento realizado, ha hecho ya sus pinitos con los relojes atómicos (un segundo de desfase cada 300 años) impulsados con energía nuclear. La próxima elucubración de la mente humana con “el tiempo”, esa, no sé si la veremos. “El tiempo lo dirá”.

De momento si paseáis por Madrid...con tiempo, mirad hacia arriba y con más frecuencia de lo que pensáis, os encontrareis con verdaderas joyas de los maestros relojeros.

Madrid hacia arriba© 2010 | Manuel Romo

31 de agosto de 2010

Sacramental de San Isidro



La proposición de incautar las Sacramentales y edificar un gran cementerio municipal se plantea de forma definitiva durante la revolución de 1868. Desde su exilio parisino Fernández de los Ríos idea la construcción de un inmenso “Campo de Reposo”, una necrópolis al estilo de los grandes cementerios norteamericanos e ingleses, al estilo de la que proyectaba Haussmann en París y que pensaba situarse al oeste de la Villa junto a la Casa de Campo en la zona de Rodajos, Húmera, Pozuelo y Somosaguas. Diversos problemas administrativos y de otra índole, hicieron que las miradas se dirigieran al Este.


Con un presupuesto de setenta y cinco mil pesetas para la compra de terrenos, cerramientos y gastos iniciales, en 1877 el Ayuntamiento convocó a concurso público a los arquitectos titulados por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando para la construcción de una gran necrópolis, en el término municipal de Vicálvaro. El programa especificaba los elementos de la necrópolis y los tipos de enterramiento: de pago, de caridad y de inocentes; sitios para mausoleos de célebres, enterramientos de no católicos, capilla, depósitos, sala de autopsias, oficinas y almacén.

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Se presentaron seis proyectos a escala 1:200 en las salas llamadas de los “Medios puntos” prestadas por la Real Academia de Bellas Artes. El 13 de abril de 1878 se concedió el primer premio por unanimidad al proyecto de los arquitectos Fernando Arbós y Tremanti (1844- 1916) y José Urioste y Velada (1850- 1909) con el lema “Donde se sotierran los muertos e se tornan sus huesos en cenizas”. El proyecto original contaba con una capacidad de 62.291 sepulturas.


Respecto a la incineración que rezaba el lema, el tribunal puso sus objeciones y se mostró partidario de la “ inhumación bien ejecutada, pues es el procedimiento que mejor devuelve a la tierra y a la agricultura sus elementos; polvo dijo y no ceniza el Autor de todo lo criado”.

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El Ayuntamiento debía adquirir en treinta días los terrenos precisos ”no menos de 400 fanegas, unas 257 Hectáreas y 60 Áreas” y en un plazo de 90 días cercarlos y construir una capilla. Ante esta pesadilla los arquitectos Arbós y Urioste dijeron: “Proyectar en Madrid es llorar”. Solamente llegaron a construir en 1884 un pequeño Cementerio de Epidemias, cuyo primer enterramiento fue el de Maravilla Leal González. En 1888 Arbós y Urioste cesaron como arquitectos de la necrópolis y murieron sin ver alzar del suelo los edificios concebidos en 1877.


Les sucedió el arquitecto municipal José López Sallaberry y comenzaron las tareas de desmonte y cimentación. En 1905 Eduardo Vicenti encargó al también arquitecto municipal Francisco García Nava la reforma del proyecto de Arbós y Urioste, aumentando a 81.638 sepulturas con una capacidad para 885.000 enterramientos. Alberto Aguilera gestionó la ejecución y el Conde de Peñalver vio comenzar las obras en diciembre de 1907, inaugurándose oficialmente la Necrópolis del Este en 1925.

(Todas las fotografías están tomadas en la Sacramental de San Isidro)
Fuentes: “Los Baños Árabes” de Lola Esteban Lario, y “La arquitectura de la necrópolis del Este” de Carlos Saguar.
Madrid hacia arriba© 2010 | Manuel Romo