Antiguas viviendas construidas por D. Ramón Pla y Monje, Marqués de Amboage (1823- 1891), a partir de un proyecto de 1913 del arquitecto Joaquín Rojí López-Calvo. Su edificación se prolongó de 1915 a 1916.
En sus bajos, con fachada de madera y dos escaparates ovalados a los lados, La Violeta, negocio familiar de cuatro generaciones. Comercio pequeño que mantiene el mobiliario original con muebles de caoba, que lleva vendiendo dulces desde 1915.
Conocida por sus caramelos de violeta o violetinas, elaborados con la esencia de la flor, con forma de pétalo y de color lila, el caramelo de Madrid. También violetas naturales escarchadas en azúcar, frutas glaseadas, bombones, dulces y violetas confitadas, sin olvidar su Leña Vieja, su Marrón Glasé, sus trufas, sus uvas y sus guindas al coñac. Consumidores especiales fueron entre otros, la reina Victoria Eugenia, Jacinto Benavente o Wenceslao Fernández Flores.
Muy joven se marchó a América donde se hizo millonario con la trata de esclavos.
A su regreso obtiene el título de Marqués de Amboage, la Gran Cruz de Isabel la Católica y la plaza de Consejero del Banco Hipotecario de España. Casado con Faustina Peñalver tuvo dos hijos. A su muerte y por testamento se instituyó la Fundación del Marqués de Amboage, institución benéfica acogida a la protección del Estado y de carácter perpetuo. Entre sus fines: "Distribuir todos los años, entre cien pobres verdaderamente necesitados, vecinos o que residan habitualmente en la ciudad de Ferrol, la suma de cinco mil pesetas en metálico, reparto que se hará el 31 de agosto, día de San Ramón, dando a cada pobre la limosna de 50 pesetas".
Hace 135 años, un médico valenciano, el doctor Ramón Martí, decidió hacer un viaje a la Exposición Universal de Viena. De todo lo que vió, lo que más le sorprendió fue el pan. El pan de Viena era más fino y más esponjoso que las hogazas o el pan candeal; su aspecto era lustroso y su distribución en pequeñas cantidades lo convertía en “un pan de capricho, no en un pan de hambre”. Tras este descubrimiento, fundó en Madrid la panadería Viena Capellanes.
En 1879 Serafín Baroja Zornoza llega a Madrid con su mujer, Carmen Nessi Goñi, y sus hijos Darío, Ricardo y Pío. Se trasladan a Pamplona en 1881, y regresan de nuevo a Madrid en 1886. Temporalmente se alojan con la tía materna, Juana Nessi, en la Casa de Capellanes. En ella, Pío Baroja se inicia como empresario, dirigiendo la tahona de Viena Capellanes, en los bajos del edificio. La llegada de Baroja a la tahona fue casual. Su hermano Ricardo había sido reclamado por su tía Juana para que la ayudara con el negocio tras la muerte de su marido, Matías Lacasa, en 1894 y, ante el desinterés de Ricardo, Pío se hizo cargo del negocio en 1896.
Además del atractivo de la bollería y los dulces, la Casa de Capellanes ofrecía a Baroja el no menos irresistible de los caserones antiguos, misteriosos y laberínticos, que despertarían en Pío el interés por el mundo del misterio y del crimen.
A pesar de los esfuerzos realizados por Baroja, la tahona pasó por numerosas dificultades. Matías Lacasa ya la había dejado entrampada al morir.
Baroja liquidó como pudo las deudas, hizo acopio de harina, e intentó conseguir respaldo financiero, que no obtuvo. En cualquier caso, el negocio siguió adelante tras ser comprado a la familia Baroja por Manuel Lence y consiguió, años más tarde, un gran éxito que aún perdura.