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23 de enero de 2017

El esgrafiado


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El término se deriva de las palabras latinas: ex (fuera) y grapheim (dibujo). Para explicarlo sencillamente, el esgrafiado es una técnica decorativa mediante la cual un dibujo se hace patente por el método de extraer materia. El esgrafiado pertenece a una familia de revestimientos murales conocidos como revocos, que tienen en común el que todos ellos se confeccionan extendiendo sobre el muro o sobre una superficie preparatoria llamada enfoscado, una o varias capas de argamasa en la que suele mezclarse un conglomerante que puede ser cal, yeso, cemento o arcilla; un material de armar como arena o paja; agua, así como diversos pigmentos para obtener coloraciones diferentes. 

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Una de las manifestaciones más antiguas que se han encontrado corresponde a la antigüedad romana y se halló en Mérida, Badajoz. Desde este ejemplar romano, la falta de nuevos hallazgos obliga a dar un salto al mundo islámico, donde se vuelve a encontrar con profusión este tipo de técnica, en la que fueron unos maestros. Este tipo de diseño se consigue rascando sobre una capa o tendido más o menos liso, lo que conocemos como esgrafiado a un tendido, es decir, que una vez extendida la argamasa ésta recibe un alisado por medio de la llana, sobre ella se dibujan los motivos y se araña una parte de la superficie para dejarla con una textura rugosa. 

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También existe una segunda variante conocida como a dos tendidos, que se realiza superponiendo dos capas de mortero. Sobre la segunda y última capa aplicada se dibujan los diseños para después recortarlos con una cierta inclinación o bisel, utilizando un instrumento afilado, el resto del proceso consiste es esgrafiar o escarbar ciertas partes del dibujo hasta hacer aparecer el primer tendido quedando, por tanto, el diseño en relieve. El siglo XIX en su última década y el siglo XX, van a ser determinantes en la historia del esgrafiado. 

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Es una época en la que se generó un gran interés hacia los oficios tradicionales y que las nuevas formas ornamentales incidieran en la recuperación de esta técnica. Fue decisivo que los arquitectos simpatizantes del fenómeno modernista lo recuperaran para adornar sus edificios. Madrid utilizará el esgrafiado de forma muy discreta en la arquitectura de esta época, marcando ciertas directrices constructivas en las fachadas, como líneas de separación entre las distintas plantas, cornisa, dinteles de vanos, o también para remarcar el eje principal del edificio. 

Fuente: Rafael Ruiz Alonso  
M@driz hacia arriba©2006 | Manuel Romo

9 de enero de 2017

El Senado


                                                        1865 foto: Jean Laurent

En el solar donde se hallaba el antiguo convento de religiosos agustinos calzados fundado en 1590 por la hija de Álvaro de Córdoba, caballerizo mayor de Felipe II, María de Córdoba y Aragón (1539-1593), se levantó una pequeña iglesia y un colegio a los que pronto siguió un nuevo templo cuya traza fue atribuida al hijo del Greco, Jorge Manuel Theotocópuli (1578-1631). Las obras de la nueva iglesia terminaron en 1599, cuyo retablo mayor contenía una anunciación que pintó el Greco. En 1814 se hizo una gran reforma al edificio para convertirlo en el salón de las Cortes Generales del Reino y tras unos años, bajo el reinado de Fernando VII, volvió a dedicarse al culto.

Finalmente entre 1820 y 1823 se convirtió definitivamente en el palacio del Senado. Durante la segunda mitad del siglo XIX el arquitecto Aníbal Álvarez Bouquel (1806-1870) acometió otra reforma que consistió en crear una puerta monumental con tres accesos y que recordaba los arcos triunfales erigidos en la Roma clásica. Colocó capiteles con guirnaldas, un escudo y la cartela del Senado en la parte superior y creó un salón de sesiones con columnas de orden jónico. Unos años después el arquitecto cántabro Jerónimo de la Gándara (1825-1877) remató la entrada principal con un frontón y modificó parte de la fachada con molduras sobre puertas y ventanas.

En 1879 el arquitecto toledano Agustín Ortiz de Villajos (1829- 1902), realizó la fachada lateral de la calle del Reloj. En 1882 se colocó en la biblioteca una estructura metálica, a modo de estantería, de hierro dulce con elementos góticos realizada por Bernardo Asíns y Serralta. Los motivos del techo fueron pintados por Vicente del Río, se colgó una lámpara que había pertenecido al marqués de Salamanca, en el suelo una gran alfombra de la Real Fábrica de Tapices y decorando sus paredes una colección de pinturas del siglo XIX de tema histórico. En 1901 la plaza de la Marina Española quedó presidida por una estatua de 16 metros de altura en memoria de Antonio Cánovas del Castillo, realizada por el escultor sevillano Joaquín Bilbao Martínez (1864-1934) y el arquitecto barcelonés José Grases Riera (1850-1919).

M@driz hacia arriba©2006-2016 | Manuel Romo

29 de enero de 2014

Teatro Real




El Teatro Real, una de las salas de ópera más importantes del mundo, está situado entre la Pza. de Isabel II y la Pza. de Oriente, frente al Palacio Real y la catedral de la Almudena. La construcción del teatro fue promovida por la reina Isabel II, gran devota de la música al igual que su madre Doña María Cristina, que quería dotar a Madrid de un teatro para la Corte, cediendo unos terrenos conocidos a principios del XVIII como los Caños del Peral. Los arquitectos encargados de la obra fueron Antonio López Aguado (1764-1831) y, tras la muerte de éste, Custodio Teodoro Moreno (1780-1854), creando un edificio de planta hexagonal irregular con dos fachadas principales.


La decoración interior fue ejecutada por expertos de la época como Rafael Tejeo y Eugenio Lucas. Entre otros detalles constaba de un gran tocador, floristería, confitería, café y varios salones de baile. Fue inaugurado el 19 de noviembre, día de la onomástica de la soberana, de 1850 con la obra “La favorita” de Gaetano Donizetti. 


En 1887 un incendio dejó el teatro bastante afectado, pero continuó funcionando hasta 1925 en el que por un Real Decreto se clausuró por su lamentable estado. Cuatro décadas más tarde la Fundación Juan March se encargará de su reconstrucción y de reabrir sus puertas en 1966. A lo largo de su historia pasará por distintos usos: sala de conciertos, de baile y también por distintas remodelaciones, hasta que en 1997 tiene lugar su reinauguración recuperando su función original como teatro de ópera. De esta última modernización se encargaron los arquitectos José Manuel González Valcárcel, Miguel Verdú Belmonte y Francisco Rodríguez Partearroyo. 


Hoy en día es notable la mezcla de sus anteriores etapas. Se accede por el vestíbulo, antiguamente cuadrado, que ahora dispone de una columnata elíptica de madera y dos escaleras imperiales que comunican sus nueve plantas. En la segunda planta diversos salones unidos por rotondas rodean el perímetro de la sala. Decorados de diferentes colores todos cuentan con alfombras realizadas exclusivamente para el teatro por el famoso artesano Manuel Morón. Destacan sus lámparas y tapices algunos de los siglos XVII y XVIII. La zona que hoy ocupa el restaurante en su tiempo fue uno de los salones de baile e incluso un hemiciclo donde se reunieron los diputados durante una legislatura mientras se construía el actual edificio del Congreso de los Diputados. 


Pero sin duda la joya es la sala principal reproducida como en 1850 de estilo clásico italiano y en forma de herradura. Cuenta con 1746 butacas que disponen de una perfecta acústica, el foso de la orquesta, una lámpara de 2.700 kilos y una caja escénica que con la tecnología más avanzada se ha convertido en el tesoro del teatro. En el siglo XVIII por una peseta se podía acceder al edificio, de ahí los llamados “peseteros del frac”, eran jóvenes de clase baja que iban en busca de una esposa rica a la ópera con la esperanza de que alguna de las familias adineradas les invitase a su palco a ver la función. Un teatro que un día pisaron personalidades como Verdi, Stravinski y Strauss y que hoy sigue siendo referente internacional. 

 
M@driz hacia arriba©2006-2014 | Manuel Romo

30 de noviembre de 2013

El Niño Pedrín

 



       
A tan sólo unos cincuenta kilómetros de Madrid en una de las laderas del Monte Abantos, 
 monte que ya en la época pre-romana de los Vetones fue el lugar elegido para comunicarse 
 con los dioses, dominando unas magníficas vistas sobre San Lorenzo de El Escorial, 
 se encuentra la ya mítica cruz de granito erigida a finales del siglo XIX para dejar constancia 
 del luctuoso hecho ocurrido en ese mismo punto donde se alza. 
 Ocurrió el 10 de febrero de 1893,  a Pedro Bravo y Bravo más conocido por el niño Pedrín. 
 Es la historia de un muchacho de ocho años, monaguillo del monasterio, que un día tras 
 terminar el oficio, desapareció sin dejar rastro y que al cabo de una semana de incesante 
 búsqueda por vecinos y por la propia guardia civil, según expresan los propios lugareños, 
 por fin fue encontrado “hueco, sin sangre”.
 

Una fría noche de febrero, en su ronda habitual, dos guardias forestales dieron con el cuerpo  semioculto brutalmente asesinado de un niño con tremendas erosiones en el cuello y las extremidades, pistas que condujeron a un posible culpable “El Chato” un vecino del pueblo que fue acusado del crimen y al que condenaron tan sólo a ocho años de presidio. 
Aunque nunca se supo el motivo, la leyenda especula que fue secuestrado dentro del monasterio, víctima de una conspiración, por un vecino perturbado. 
Pero si lo que os interesa no son tanto las curiosidades morbosas sino la belleza del paisaje, os recomiendo que visitéis en el mismo Monte Abantos en su vertiente sureste, el arboreto Luis Ceballos. Se encuentra a 1.300 metros de altitud, tiene unas 250 especies de árboles y arbustos y toma su nombre del naturalista Luis Ceballos y Fernández de Córdoba que nació en San Lorenzo del Escorial en 1896.
 

M@driz hacia arriba©2006-2013 | Manuel Romo

31 de octubre de 2013

Librería Médica–Nicolás Moya




Nicolás Moya Jiménez, un joven alcarreño nacido en 1838 en la población de Alovera, tomó un día la resolución de marchar del pueblo que le vio nacer y llevar a cabo en la capital, Madrid, el proyecto, ya maduro, que durante algunos años le anduvo rondando por la cabeza: abrir una librería especializada en la que exclusivamente se vendieran libros de Medicina. 
Es fácil imaginarse los consejos y comentarios de familiares, amigos, conocidos e incluso comerciantes madrileños, echándose la manos a la cabeza, cuando se enteraron del propósito del joven: ¿Sólo libros de Medicina? ¡Eso será un fracaso rotundo! ¡Qué disparate! ¡Este pollo es un alocado! Pero Nicolás sin dejarse intimidar, desoyendo las profecías de sus mayores y alentado por la nueva ley Moyano, que propició que muchos jóvenes se matricularan en el Colegio de San Carlos, continuó adelante con su anhelado proyecto y un mes de octubre de 1862, en pleno centro de Madrid junto a la Puerta del Sol, en el número ocho de la calle de Carretas, una de las más bulliciosas de la capital, levantó el cierre de “Nicolás Moya-Librería Médica”, la primera librería médica de España y una de las más antiguas de Europa. 
Quizá por la proximidad del Colegio de Médicos, que por esas fechas estaba a la entrada de la calle Mayor, el día de la inauguración la librería se vio desbordada con la asistencia de catedráticos, eruditos, investigadores, estudiantes e incluso el rector de la Universidad de Medicina y Cirugía, D. Juan Manuel Montalbán. El éxito fue tan sonado que desde el primer momento, tanto la tienda como la trastienda se convirtieron en inexcusable lugar de tertulia para eminentes doctores de la época. Allí se dieron cita asiduamente galenos de la talla de Rafael Ulecia, Ramón Lobo, Julián Calleja, Alejandro San Martín, Simón Hergueta, nuestro flamante primer premio Nobel de Medicina, D. Santiago Ramón y Cajal y D. José de Letamendi, autor del sabio consejo:


Vida honesta y ordenada
usar de pocos remedios
y poner todos los medios
en no preocuparse por nada.
La comida, moderada.
Ejercicio y diversión.
Beber con moderación.
Salir al campo algún rato.
Poco encierro, mucho trato
y continua ocupación”

Corrían tiempos en que la medicina española estaba muy influenciada por la ciencia europea y en particular por la francesa. Época trascendental en la que se pasaba de una medicina un tanto filosófica a la medicina práctica. Los jóvenes doctores empezaban a competir en diagnósticos y terapéuticas y los antiguos galenos a actualizar sus bibliotecas con volúmenes de doctores de apellidos galos. Médicos, farmacéuticos y veterinarios, si querían estar al día con las obras de allende los Pirineos únicamente podían recurrir a la casa Bailly-Bailliere. Este fue el motivo de que el inquieto D. Nicolás se propusiera ampliar el campo de su boyante negocio y complementarlo con una imprenta para editar las obras de médicos españoles, a la vez que traduciría las obras de los colegas franceses, ingleses y alemanes y revistas de ramas auxiliares de la medicina como Botánica, Química, Física y Biología. 
Tal fue el éxito de la editorial, que se convirtió en editor exclusivo de las obras de los doctores Letamendi y de Ramón y Cajal. Este último incluso tenía en la trastienda, y para exclusivo uso, una mesa para que corrigiera las galeradas. A finales de 1912 muere D. Nicolás y tres años más tarde por problemas con la comunidad del edificio y desacuerdos con el alquiler del local, sus descendientes se ven obligados a trasladar la librería a otro local en el número 29 de la misma calle, donde después de 151 años “Nicolás Moya-Librería Médica” continua su labor, ahora regentada por dos de sus bisnietos, generación que aún conserva fielmente los primigenios ideales de su fundador.


M@driz hacia arriba©2006-2013 | Manuel Romo

30 de agosto de 2013

Casa Marabini, siglo XIX


 Marabini

Este verano, leyendo “La espuma” de Armando Palacio Valdés, me dejó muy sorprendido la mención que se hace en un pasaje de la novela de los lujosos escaparates de una afamada joyería de Madrid ubicada en la calle de la Montera. Tanto picó mi curiosidad la alusión a este comercio, que me puse a a indagar para ver si el establecimiento fue real o fruto de la imaginación de D. Armando. No con poco esfuerzo de hemerotecas, comenzaron a aparecer multitud de datos que corroboraban la notabilidad de esta estirpe de joyeros que, durante casi sesenta años, elaboró piezas de singular valor, tanto artístico como crematístico. Dada la importancia que durante tantos años tuvo, creo que mucho se ha olvidado al platero Marabini, un artífice un tanto desconocido incluso para la mayoría de los especialistas del gremio. Vaya este humilde artículo en honor a su memoria y a la de tantos otros comercios centenarios desaparecidos y que formaron parte muy importante de una no tan lejana historia de nuestro querido Madrid. 

El primer platero con este original apellido del que se tienen noticias es Romano Marabini y Emiliano, cuya casa fundó en Madrid en el año de 1860. Romano Marabini, originario de Rávena, tomó como segundo apellido el gentilicio de su región, Emilia. Los primeros datos que he podido encontrar con el nombre de este joyero aparecen con motivo de la adquisición de un conjunto de joyas que hizo la familia Soler, para obsequiar a los artistas más notables del Teatro Real. Dichas joyas fueron adquiridas en la casa del diamantista, (así se les denominaba a los plateros de oro desde finales del siglo XVIII), Romano Marabini, sita en la calle de Espoz y Mina, 1. La relación de objetos que se compraron para tal fin fue la siguiente: 


Una pulsera de oro incrustada de mosaico formando flores variadas en colores, un medio aderezo de coral montado en oro, un alfiler con camafeo de coral montado al etrusco, unos pendientes de perilla de coral rosa, una botonadura de amatistas con una flor incrustada llenas de rosas, dos más también de amatistas con perla, la una en medio montada al etrusco en oro y la otra con una rosa brillantada en medio, montada como la anterior, otras dos de oro, en medio una orla de rosa y esmeralda en el centro y, por último, una gruesa cadena de oro maciza de largos eslabones con sello negro y algún tanto labrado por los extremos”.

En 1868 Romano Marabini aparece como uno de los firmantes de un manifiesto de apoyo al destronamiento de Isabel II y que comienza de esta manera:

Los italianos residentes en la actualidad en Madrid, en nombre de todos sus compatriotas, seguros de ser sus fieles intérpretes, felicitan a la nación española por la Santa Revolución que ha realizado, expulsando para siempre de su suelo al último Borbón coronado”.

Si bien en 1865 el establecimiento de Marabini tenía aún su sede en la calle de Espoz y Mina, en 1872 ya aparece en la calle de la Montera. Además de Palacio Valdés, también Benito Pérez Galdós se refiere al muy conocido joyero en dos de sus obras, “La desheredada” y “Lo prohibido”.
En 1877 aparece fechada una factura que se presentó al marqués de Cerralbo:

“ROMANO MARABINI, BISUTIER Y DIAMANTISTA. MONTERA, 7. TALLERES
Se construyen toda clase de alhajas y se compran toda clase de piedras preciosas”.
Por un par de aretes de dos brillantes con montura: 17.000 reales.
P.D. Estos aretes podrán cambiarse por otros de mayor o menor tamaño y mejor clase tan pronto como los haya y sean de su gusto. 

En la Exposición de Minería y Artes Metalúrgicas de España y Portugal prevista para 1882 figuran varios plateros expositores: Celestino de Ansorena, Francisco Marzo, Romano Marabini, Guisasola, Leoncio Meneses y Zuloaga e hijos, junto a otras personas relacionadas con la fabricación de armas.
En 1883 se celebró en el teatro Apolo de Madrid una representación de San Franco de Sena a beneficio del compositor Emilio Arrieta. Diversas instituciones y particulares le ofrecieron regalos y de entre todos ellos destaca:

Hermosa corona de oro que constituye una magnífica obra de arte de lo más acabado y perfecto que pueda darse en el género. Es una imitación de laurel que contiene 80 hojas y ostenta en elegante lazo la siguiente inscripción: San Franco de Sena. Octubre 27 de 1883. Está colocada en un rico estuche de terciopelo granate y en el espacio central de la expresada corona hay colocada una plancha de oro, delicadamente cincelada, que ostenta la siguiente dedicatoria en letras esmaltadas: A Emilio Arrieta por Suscrición Nacional 1883. Dicha costosa alhaja ha sido construida en los talleres de la conocida casa del señor Marabini y es un trabajo que le honra en extremo. El Álbum que contiene los nombres de los suscritores es de rica piel de Rusia, con las iniciales del maestro y los broches de oro, construidos por el señor Marabini”.



En 1884 el joyero recibe el encargo de un marco rectangular de oro con brillantes y perlas y un óvalo central para colocar una fotografía o un retrato en miniatura para un cliente desconocido que debía ser conde a juzgar por la corona que lo remata. En torno al óvalo, figura la dedicatoria: “A MI INOLVIDABLE MADRE, 26 DE JULIO DE 1884”. Esta pieza aparece reproducida en prensa como ejemplo de «Orfebrería moderna». Tal es la notoriedad que va alcanzando la firma, que en un folletón publicado en 1885 y titulado “En pos de la fortuna”, de Pedro Jesús Solas, curiosamente el actor protagonista representa a un tal Héctor Marabini, mientras que otro actor encarna el personaje de Aquiles Marabini.

En 1886 un real decreto de la reina María Cristina señalaba en su artículo 1º:


Se concede a los súbditos italianos D. Héctor y D. Roberto Marabini y Conti la nacionalidad española que tienen solicitada, entendiéndose que ésta ha de ser de las llamadas de cuarta clase con arreglo a las leyes”.

Ambos hermanos eran hijos del diamantista Romano Marabini y Emiliano (1830-1896) y de doña Antonia Conti y Vitali (1833-1899). La fama de Marabini debió ser tan notable en la época que incluso aparecía un chistecito publicado en un diario:

En la calle de la Montera delante de la casa de Marabini:
-Él: Mira qué pendientes tan magníficos de perlas y brillantes hay allí a la derecha.
-Ella: ¿Pendientes has dicho? Soy toda orejas.

En 1886 aparece en prensa un anuncio de Romano Marabini en el apartado de joyeros, en la citada sede de la calle de la Montera, 7. En 1887 figura como Romano Marabini y Emiliano; en 1888 como Marabini e hijo (Héctor), y desde 1893 a 1898, ya en la calle del Carmen, 14, figura como Marabini e hijos (Héctor y Roberto).
Una crónica del mes de mayo de 1889 nos relata que estando doña Joaquina de Osma, esposa de don Antonio Cánovas del Castillo, comprando unas alhajas en la joyería, entraron dos caballeros supuestamente con ánimo de adquirir unos anillos pero no satisfechos con los precios abandonaron el establecimiento. Al recoger Marabini las alhajas de oro esparcidas por el mostrador notó la falta de tres alfileres de gran valor que se estimó en varios miles de pesetas. Se describe lo sustraído como un alfiler de brillantes en forma de perilla, otro de brillantes rodeado de perlas y el último compuesto de pequeñas chispas de brillantes con dos zafiros.
En 1894 la duquesa de Nájera encargó a Marabini una corona, con motivo de la coronación del zar Nicolás II en Moscú. En la corona iban dispuestos 2.530 brillantes, entre los que destacaban 24 grandes y uno extraordinario colocado en el florón central. A pesar del complicado dibujo y de lo exquisito del trabajo los operarios de Marabini no habían empleado más que treinta y cinco días en la construcción de la corona. En el escaparate de la joyería de Marabini estuvo durante algún tiempo expuesta dicha corona.
En febrero del mismo año se publicaba la realización de un gran collar de chatons por encargo de la madre de la duquesa de Aliaga como uno de los regalos de boda a su hija.



En 1895 está fechada una gran custodia de templete, encargo de una comunidad de la Corte, que se conserva en el monasterio de la Visitación o de las Salesas Nuevas de Madrid. Es una pieza de un metro de altura en plata sobredorada y lleva 1.216 brillantes, 120 esmeraldas, 420 perlas y 34 topacios, estatuitas de ángeles mancebos orantes en pie y en las hornacinas del nudo los cuatro evangelistas. La forma general responde al gótico final, pero las columnas son de tipo clasicista, las nubes, espigas y racimos siguen estructuras del XVIII y las estatuillas un estilo historicista de evidente eclecticismo. Una placa colocada en el reverso indica: “Marabini, Madrid 1895”.

La Ilustración Española y Americana de la época dice:


“El estilo es tan puro que hace creer que se tiene delante la obra de uno de los buenos maestros del arte gótico y que Marabini ha tenido que vencer grandes dificultades en la ejecución por ser poquísimos los obreros dedicados a este género de trabajos”.

También en este mismo año de 1895, en la fiesta de la Asociación de la Prensa, entre otros regalos, se obsequió al maestro Goula con una placa, con las iniciales de su nombre en brillantes, fabricada en los talleres de Marabini .                                              
                                                                                                                                    Continuará...


Fotos y fuentes: La Correspondencia de España, Diario de Avisos de Madrid, El Liberal, El Globo, La Época

La Ilustración Española y Americana, El Imparcial

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21 de mayo de 2013

La Gota de Leche



La primera consulta de maternidad que se conoce como tal, es la del Hospital de la Caridad de París, abierta en 1892 por el doctor francés Pierre Budin. En ella se examinaban y pesaban semanalmente a los lactantes y además constaba de una escuela para madres en la que se enseñaba cómo cuidar al niño. Por la misma época, el Dr. Variot, profesor de Pediatría del Hospital de Niños de París y encargado del Dispensario de niños pobres de Belleville, crea una consulta para lactantes en la que atiende a las madres que no pueden amamantar a sus hijos, ofreciéndoles como alternativa la lactancia artificial. 

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A su vez, el doctor León Dufour creó en París una institución con unas instalaciones en las que la leche de vaca era esterilizada en autoclave durante 15 minutos, a una temperatura entre los 105 y los 115ºC, para ofrecer leche artificial a niños pobres. Este proyecto de Dufour recibió el nombre de «La Gota de Leche» 

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Pasteurizadora                             Esterilizadora                            Homogenizadora

Aunque en España existe el precedente del Dr. Francisco Vidal Soares, que desde 1890 atendía en Barcelona un consultorio gratuito en el que dispensaba leche esterilizada para niños de pecho, y harina, verduras y pan a los menores de 13 años, fue el doctor D. Rafael Ulecia y Cardona (Cuba 1850 -Madrid 1912), quien tras viajar a París y Belleville, importó la idea de la “maternización” de la leche (de vacas holandesas) y fundó en enero de 1904 en Madrid, en la calle de San Bernardo, el primer “Consultorio de Niños de Pecho y Gota de Leche”.

  
Fuentes: ABC.es, Biblioteca Histórica Municipal
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