Desde que el hombre está sobre la tierra y puede recordar, el tiempo siempre ha sido para él uno de los motivos de mayor preocupación. No se sabe por qué razón, pero ha tenido la imperiosa necesidad de conocer el momento del día y de la noche en que se hallaba para organizar su vida cotidiana. Se dio cuenta de que mirando hacia arriba, al firmamento, podía orientarse con la rotación de la tierra y con unas referencias, decidir si era la hora de cazar, recolectar, dormir, pintar o comer.
No le resultó lo suficientemente precisa la situación de una infinidad de puntos luminosos allá arriba y se percató, hace como unos 4.000 años, de que con un palito en el suelo y la sombra que proyectaba, podía controlar con más exactitud el momento justo para ir a comer, cazar, etc. Pero las diferentes estaciones del año le confundían, la dirección de la sombra del palito variaba de una temporada a otra y eso no era, ni por asomo, la precisión que el hombre necesitaba. ¿Y por la noche, dónde estaba la sombra del palito?
Y como en aquellos remotos tiempos también las ciencias adelantaban que era una barbaridad, el hombre no paró hasta dar con un medidor de tiempo más preciso y, ¡eureka!, hace unos 3.500 años, no sin dificultades, inventó la clepsidra (reloj de agua), que le permitía mediante la simple gravedad y un recipiente graduado en su interior, tener mejor noción del tiempo transcurrido.
Quiso el hombre controlarse más y rizó el rizo y, allá por el siglo VIII, mediante unas ampolletas de vidrio unidas por un orificio y una cierta cantidad de arena (reloj de arena, evidentemente) consiguió más control. Pero ¿qué ocurrió?, que de tanto uso las areniscas, por erosión, se iban haciendo más finas, caían con mayor rapidez y el invento ya no marcaba el mismo tiempo para el que había sido creado. Además, si quería controlar un espacio de tiempo amplio, debía construir unas ampolletas enormes y le resultó un poco incómodo su manejo.
Tuvo que volverse a estrujar más el cerebro para conseguir la máxima exactitud posible y como el tiempo urgía, trabajó día y noche dibujando resortes, ejes y engranajes que más tarde, tallados en madera, milimétricamente colocados y con los oportunos ajustes, daban como resultado un maravilloso mecanismo totalmente artesanal, el perfecto aparato de medición del tiempo.
Hubo quien dijo que sonaba demasiado, que atrasaba, que adelantaba, que se rompían las piezas con frecuencia, en fin, que no era tan perfecto como decían, que quizá con otros materiales...Y en su afán de perfección, de complacer y complacerse, el hombre experimentó con diversos materiales y sustituyó madera por hierro y bronce.
Aún así, continuaban cometiendo errores en la medida del inexorable tiempo y empleó materiales más resistentes y menos pesados como el latón, el acero e incluso piedras preciosas como el rubí y el diamante. Consiguió fabricarlos de un tamaño lo suficientemente pequeño para que nos acompañaran constantemente ya en el bolsillo con una cadenita (leontina), ya en la muñeca (de pulsera).
Llegó el siglo XX, la era moderna, la industrialización, las computadoras electrónicas, la informática, y el hombre no cejó en su empeño hasta conseguir digitalizar con cuarzo (error de tres segundos al año) el aparato primigenio. Hoy en día, el hombre sigue intentando controlar a quien le controla y aunque está bastante satisfecho con el trabajo hasta el momento realizado, ha hecho ya sus pinitos con los relojes atómicos (un segundo de desfase cada 300 años) impulsados con energía nuclear. La próxima elucubración de la mente humana con “el tiempo”, esa, no sé si la veremos. “El tiempo lo dirá”.
De momento si paseáis por Madrid...con tiempo, mirad hacia arriba y con más frecuencia de lo que pensáis, os encontrareis con verdaderas joyas de los maestros relojeros.
Muy bueno el artículo Manuel, he aprendido muchas cosas. Me ha gustado mucho eso de los relojes de agua, ¿seguirán existiendo...?
ResponderEliminarA mi también me gusta hacer fotos a todos los relojes que veo por ahí, estos ¿son todos de Madrid??
un beso
Que colección de relojes, que maravilla...
ResponderEliminarMucha gente no puede ni imaginarse en la cantidad de relojes de todos los estilos y colores que tenemos en nuestro querido Madrid. Edificios, iglesias y construcciones que tienen un reloj en sus fachadas, en sus torres y en tantos sitios insospechados. Que buen trabajo el de tu post. Enhorabuena, por cierto... que hora és????
Muchas gracias Mercedes,
ResponderEliminarAlgunas clepsidras han sobrevivido y arqueológico que se precie no deja de exponer este invento atribuído a los egipcios.
...y los relojes, todítos de los madriles capital, el más lejano es de la estación de metro El Lago.
Un beso.
Gracias Bélok,
Tu lo has dicho, ese tiempo inexorable que nos persigue nos lo recuerdan, afortunadamente, infinidad de relojes, algunos de muy buena factura. También los hay cutres y sosos ¿eh?, y en estos tiempos que corren, hasta "paraos".
Por cierto, mi reloj en lugar de las horas dice: "paseo", "siesta", "cine", "blog", "fotos", etc.
Un abrazo.
Cuántos relojes y cuántos que no identifico!! Un texto bellísimo y unas fotografías de coleccionista. Enhorabuena!!!
ResponderEliminarUn abrazo, Jesús
Me encantó esta entrada de los relojes. Genial! y genial tus fotos. Una pasada esta entrada. Me pregunto por qué a estas alturas no nos tenemos ninguno de los dos en el blogroll del otro, qué raro! yo lo voy a remediar ya mismo. Un abrazo!
ResponderEliminarMuchas gracias Jesús, lo de "bellísimo" y "coleccionista" me obliga a superarme. La verdad es que podría haber puesto su ubicación bajo cada foto, ¡craso error!. Trataré de enmendarlo en lo sucesivo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias Bea, me ruborizan tus halagos. Me alegra que te haya gustado el artículo.
Realmente imperdonable lo de los enlaces, yo tampoco me había percatado, corro a desfacer el entuerto. Mil perdones.
Un beso
Ya me has despistado y no sé qué hora es.
ResponderEliminarNo te quejes Stultifer, tampoco sé yo por qué escalera tirar.
ResponderEliminarSalud.