30 de julio de 2012

Rejería del Madrid borbónico (XVIII)


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En la Italia de principios del siglo XVIII surgen las primeras construcciones barrocas, una producción de rejas sumamente ornamentales acopladas tanto en fachadas: puertas, ventanas y balcones, como conformando grandes rejas que aíslan jardines a la vez que los decoran. Esta forja monumental de idea decorativa pasa a Francia. Desde Italia y Francia pasa a los centros cortesanos alemanes y austriacos e incluso también a Rusia, llenándose todas estas ciudades de grandes puertas de hierro, rejas de jardines y balaustradas férricas en los puentes. Lo más característico de esta forja ornamental es la introducción de la cinta, con la que se componen los llamados “encajes férricos”. 

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Con esta cinta se forman volutas, rocallas y todo tipo de tracería que destacando sobre los fondos produce un efecto opulento. Todas estas formas del trabajo rejero llegan a España con los Borbones. Se plasman, primero, en los Reales Sitios, se extienden después por las residencias de los nobles y acaban completando la arquitectura de los grandes templos. Una rejería en la que es muy frecuente que sus artífices fuesen franceses afincados en España o llamados para encargos, o bien forjadores nacionales que hubiesen viajado y estudiado en el extranjero. Tales son los casos del maestro Duperier o el del rejero Antonio Dupar, o el del maestro hispano Diego Martínez. 

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En Madrid, sede de la Corte y residencia de la alta nobleza y burguesía, establecieron talleres los mejores rejeros, como el italiano Joseph Say y el francés Juan Bautista de Platón y españoles como los maestros Silvestre Poderos, Antonio Bazán y Francisco Manzano, artífices de los magníficos balconajes de la planta principal del Palacio Real. Ya en pleno reinado de Carlos III, surgen en España las Sociedades Económicas de Amigos del País creadas para impulsar el desarrollo de las industrias, especialmente el fomento de las manufacturas metalisteras. 

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Tales empresas adquirían el hierro en fábricas y en hornos de fundición que lo surtían ya elaborado en gruesos y formas al gusto del demandante y de metalisteros, siguiendo pautas de rejeros y cumpliendo órdenes de arquitectos. Estas industrias comenzaron a proliferar por todas las regiones, si bien las sedes más importantes estuvieron en Vascongadas, Madrid y Barcelona, donde vieron la luz casi todas las obras férricas y metalisteras que se emplearon con fines prácticos y decorativos a finales del XVIII y comienzos del XIX. Las obras de mayor envergadura salidas de estas empresas fueron la larga serie de lienzos rejeros de jardines, parques y edificios públicos. 


Uno de los mejores ejemplos en Madrid es las rejas y puertas del Jardín Botánico, ordenado construir por Carlos III para que completase el entorno del entonces Museo de Ciencias Naturales, hoy Museo del Prado, trazado por Juan de Villanueva quien llevó a cabo su cerramiento para que al mismo tiempo permitiesen ver a través de sus barrotes. Terminadas las obras del jardín en 1789 se instalan las rejas trazadas por Pedro Muñoz y Francisco Arrivillaga y ejecutadas en Tolosa, convirtiéndose en una de las primeras obras de la rejería industrializada española. 

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Otra producción metalistera de esta etapa fue la de las farolas de alumbrado público. Durante el reinado de Carlos III se reglamenta el alumbrado público en Madrid, creándose en 1761 un Cuerpo Municipal encargado de la conservación, limpieza y encendido de farolas. Madrid se ilumina con bujías de estearina y de parafina aplicadas a los primeros faroles en las últimas décadas del XVIII, obra de hojalateros y vidrieros, que colgaban por medio de pernos y palomillas, pudiendo ser sus formas cilíndricas o cuadrangulares, de los cuales ningún ejemplar a llegado a nosotros, siendo tan sólo conocidos por referencias de las crónicas de la época. 


Fuentes: Fernando de Olaguer-Feliú (Catedrático de Historia de Arte de la U.C.M.)
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12 de julio de 2012

La rejería renacentista en Madrid


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Con la llegada del siglo XVI, las ciudades cobran distintos aspectos. La nobleza se hace ciudadana y destina sus residencias campestres exclusivamente para recreo y uso vacacional, establece sus moradas en la ciudad y el resultado de ello será la construcción de palacios y mansiones aristocráticas, convirtiéndose así la vivienda señorial en la construcción por excelencia en los núcleos de población. 

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Estos palacios tenían en común la necesidad de abrirse a la ciudad. Ya no son residencias como en épocas medievales, no necesitan habitáculos cerrados y protegidos sino que gustan de mostrarse en toda su grandeza. Tal apertura se materializa en unas fachadas donde abundan las ventanas, balcones y balconadas, grandes vanos a través de los cuales se pueden vivir los eventos del exterior, estar presente y al mismo tiempo alejado de la urbe. 

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Todos estos vanos precisan de una protección: si se encuentran a escasa altura deberán aislarse para evitar entradas “no deseadas” y si se sitúan en pisos superiores deberán disponer de antepechos, pretiles o parapetos para evitar posibles caídas. Tales protecciones se llevaron a cabo por medio de trabajos de forja: rejas para las ventanas inferiores y balconajes para los vanos superiores. Tenemos nuevamente la obra férrica, ahora en la ciudad del siglo XVI. Estas rejas y balconadas eran de “hierro dulce”. 

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Las rejas embellecen la fachada y enriquecen la estética general de la ciudad. La rejería arquitectónica del barroco presenta dos etapas: una abarca el siglo XVII completando la arquitectura del austero barroco de los Austrias y otra, en el siglo XVIII, formando parte de la arquitectura ostentosa de los Borbones. La primera etapa se caracteriza por su sobriedad y la segunda por su recargamiento. 

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Los trabajos metalisteros en el siglo XVII supusieron una etapa de decadencia que se acusó también en el campo de la rejería arquitectónica. La producción rejera más austera fue la derivada del modelo Herreriano, que hizo que la forja monumental se simplificase. Tal decadencia y austeridad rejera lógicamente también se reflejó en Madrid. 


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Las ferrerías estaban mayormente establecidas en el norte, el material era traído desde Vascongadas. Concretamente desde Legazpi salió una considerable y buena producción. Estas obras de gran sobriedad van acompañadas por pilares de piedra y ornatos en los remates de sus barrotes, sobretodo en forma de lanza o de flecha. 

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En Madrid se conserva un buen ejemplo: la “reja-muro” del monasterio de la Encarnación, cerrando el patio tras el que se levanta la fachada realizada por Gómez de Mora. La reja se extiende a lo largo de cinco lienzos, separados por pilastras y con una puerta en el lienzo central a dos batientes. Las formas abalaustradas de sus barrotes son torneadas y rematadas en flecha. 

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Otro tipo de creación rejera propio del siglo XVII fue la “reja-puerta” cerrando grandes portones de medio punto a dos batientes y con un montante semicircular de barrotaje radial. La Colegiata de San Isidro conserva todavía una de estas grandes “rejas-puertas” ejecutada en los talleres metalisteros madrileños en los años del reinado de Felipe IV. 



Una tercera producción de forja en este siglo fue la de los balconajes, que se ubicaron en las fachadas de palacios y mansiones nobiliarias. Pocos se conservan en Madrid dada la destrucción de tantas mansiones señoriales, pero algunos iremos viendo. 


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13 de junio de 2012

La forja en la arquitectura medieval


Forja de fuelle

El trabajo del hierro en su vertiente ciudadana pasó durante el Medioevo por dos grandes etapas: el periodo de la Alta Edad Media, con el románico, y el periodo de la Baja Edad Media, con el gótico. Partiendo de las conquistas férricas logradas en Grecia y en Roma y los perfeccionamientos conseguidos por los visigodos, en España se produjeron grandes avances técnicos en el trabajo del hierro durante los siglos XI y XII. Desde el punto de vista técnico hay que destacar la creación de las forjas de fuelle, en las que se lograba un mayor ablandamiento del metal y diversos grados de blandura. 

Encaje férrico

Con tal avance técnico de la forja, la modalidad de rejería arquitectónica, se aplicó con profusión en las ciudades. Esta rejería románica se centró fundamentalmente en las iglesias. En los templos se condensa la obra férrica del románico, sobre todo, en sus puertas de acceso y en sus ventanas. Las puertas de estos lugares se enriquecían con grandes herrajes sobre la madera, realizados con barras y cintas de hierro, aplicados con largos clavos, formando numerosas volutas ascendentes y descendentes en forma de abanico. 

Voluta románica

En lo que respecta a sus ventanas, no eran ni muy amplias, ni muy numerosas, tan solo tenían la finalidad de proporcionar algo de aireación y de luz, pues el estilo arquitectónico de esta época buscaba interiores en penumbra, así que los vanos eran escasos y pequeños y la rejería tendría el doble objetivo de cerrar bien el vano y, de paso, adornar los exteriores del templo. Estas rejas se organizaban por barrotes verticales cuadrillados, paralelos y rellenando los espacios conformados por las barras con volutas sujetas por abrazaderas, obteniendo un efecto de “encaje férrico”. 

Voluta trébol Volutas puerta

Se tiende a pensar que la forma avolutada fue el símbolo del agua en el mundo grecorromano y, al cristianizarse, se supone que aludían a las aguas del bautismo. Los principales centros de producción rejera medieval fueron León, Salamanca, Palencia, Ávila y Segovia que, partir del siglo XIII, comienzan a forjar rejas arquitectónicas concebidas para la utilización ciudadana, denominándolas “reja-muro”, cuya misión era la de acotar espacios exteriores, cerrando atrios y huecos. La reja-muro se estructura con barras cilíndricas o cuadradas componiendo un lienzo alto, fuerte y aéreo, enriquecida con motivos florales y heráldicos, cuidando permitir la máxima visión. 

Grapa

La reja-muro gótica también se empleará para cerramiento de jardines y delimitación de zonas. Con el paso del tiempo casi la totalidad de estas rejas-muros fueron desmontadas, unas siendo fundidas para aprovechar su material férrico y otras fueron acopladas en los interiores. Por otra parte, desde mediados del siglo XV, aparece otro tipo de trabajo de forja que suele pasar desapercibido, comienza a hacer acto de presencia la iluminación nocturna, primer antecedente del alumbrado público, consistente en objetos portadores de luces en las fachadas. 

Antorchero cuadrangular Antorchero redondo

Los más frecuentes fueron los denominados ”antorcheros”, recipientes cuadrangulares o redondos que colgaban de palomillas, asegurados al muro con barras de refuerzo, pues su peso debía ser considerable. Tales “antorcheros” se elaboraban en hierro, se forjaban en las fraguas de fuelle y constituían junto a las rejas-muros los principales trabajos férricos del gótico. 

Fuentes: "Amigos del románico", "Círculo románico", "El pasiego".
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6 de junio de 2012

Rejería arquitectónica


Museo Arqueológico de Sevilla

Un componente importante y un tanto olvidado por los arquitectos de hoy en día es el papel artístico que siempre ha jugado la obra férrica en el urbanismo y en la estética en general de las ciudades. Un ejemplo de este olvido es el balcón, elemento, además de ornamental, indispensable de los edificios, esa apertura del interior al exterior, desde la casa a la calle, fundamental en la vida cotidiana de una vivienda; o las rejas y verjas artesanales acotando espacios y delimitando zonas ajardinadas que, a la vez que cumplen un papel primordialmente decorativo, permiten transparencia y visión a través de ellas. 

sevillanadas. blogspot.com

El papel de los balcones, rejas y verjas ha estado presente hasta nuestros días desde los tiempos del Imperio Romano. Roma heredó los trabajos metalisteros de Grecia, perfeccionó la técnica de ablandamiento de los metales y añadió a todo esto la estética, con lo que el concepto de “rejería arquitectónica” comenzó su andadura dentro de la decoración urbana. Estos avances en la producción férrica hicieron que a partir de entonces la labor de rejería pasara a ser elemento permanente en los núcleos de población. 

Sección emsambles macho-hembra

El término “reja” proviene de la voz latina “regula”, pieza metálica plana, derivando a “regia”, conjunto de barras metálicas entrelazadas, que al estar fuertemente unidas a lo “macho-hembra” o machihembrado, organizan una especie de lienzo para conformar un cerramiento a modo de muro, aéreo y transparente, que separa de forma segura a la vez que aísla. Nace así este concepto de rejería para servir de complemento a un edificio, formando parte de su arquitectura y componiendo los cerramientos de fortalezas, anfiteatros, edificios carcelarios y barandales en terrados y vanos de fachadas. 

Reja en Pompeya

Según cuentan las crónicas, esta última modalidad parece ser que fue iniciada por el capricho de un patricio llamado Moenius, que hizo proteger el terrado de su domus con una especie de barandal para poder presenciar desde allí los actos solemnes que se celebraran en los alrededores. Así nacen las “moenianas”, origen de los futuros balcones y miradores con las diversas variantes, según iremos viendo, y que estarán presente hasta nuestros días.


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21 de mayo de 2012

Calle de Fernando VI



La calle de Fernando VI se encuentra situada en el Distrito Centro, Barrio de Justicia. En el siglo XVII se llamaba calle de las Flores o calle de Florida. No está muy claro, pero una de las hipótesis dice que debía su nombre a que en esta zona se encontraba el palacete donde residía doña María de la Vega, condesa de Florida. 


Esta calle formaba parte de un tramo de la que hoy es calle de Mejía Lequerica y parte de otro tramo de la calle del Barquillo. El diario El Globo de 1875 se hace eco de la noticia de “la ampliación de la calle Fernando VI continuando por la de la Florida”. A principios del siglo XX, el cronista de la Villa, Pedro de Répide, que escribió algún artículo bajo el seudónimo de “el ciego de las Vistillas”, nos refiere que la calle todavía conservaba algunas casas bajas del siglo XVII bastante pintorescas y notables. 


Con el pasar del tiempo se convirtió en una calle con mucho movimiento de transeúntes al ser muy comercial. Abundaban en ella sobre todo zapaterías y sombrererías. Una de estas últimas era la sombrerería de señoras “Frou-frou” de la que, allá por 1903, decían las malas lenguas que era un disimulado templo del amor. También a principios del siglo XX, en el número 2, abrió la “Librería Agrícola”, recientemente transformada en la zapatería de lujo Le Marché Aux Puces. En el número 3, en 1925, se encontraban los “Almacenes Ripoll”, edificio de dos plantas obra del arquitecto Francisco Reynals Toledo, posteriormente ocupado por Cervecerías Santa Bárbara, que lo coronó con ocho pingüinos y que actualmente está abandonado. 


A finales del XIX, en el número 5 tenía su comercio D. Manuel Muñoz Amor, en el que rezaba el rótulo: “químico, tintorero y quitamanchas”. En 1849, en el número 10 se ubicaba el depósito de vinos del señor barón de Monte-Villena. En el número 12, los “Almacenes Enrique del Campo”, de hierros, aceros y maquinaria. En el número 17, desde 1849 hasta 1913 que liquidó todas sus existencias, tenía su sede “Calzados Les Petits Suisses”, hoy en día ocupado por la librería Antonio Machado. En 1920, en el número 23 había un comercio de maquinaria y herramientas para madera, hoy pastelería al estilo provenzal Mamá Framboise. 

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De gran importancia fue también en el número 10 desde 1902, la fábrica de carruajes Lamarca Hermanos, edificio fantásticamente restaurado en 2010; la segunda Farmacia Militar de Madrid en el número 8 y en el número 6, el Instituto de Física Terapéutica del doctor Decref fundado en 1893. Afortunadamente aún sobrevive desde 1905 el Palacio de Longoria, edificio modernista hoy propiedad de la SGAE; desde 1914 se mantiene la confitería-pastelería La Duquesita y, ya desde mediados del siglo XX, la Gran Pescadería-Marisquería Fernando VI desde 1955 y la cestería Sagón desde 1956. 


Fuentes: La Época, El Heraldo de Madrid, El Globo, La Ilustración Española y Americana.
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