La calle de Fernando VI se encuentra situada en el Distrito Centro, Barrio de Justicia. En el siglo XVII se llamaba calle de las Flores o calle de Florida. No está muy claro, pero una de las hipótesis dice que debía su nombre a que en esta zona se encontraba el palacete donde residía doña María de la Vega, condesa de Florida.
Esta calle formaba parte de un tramo de la que hoy es calle de Mejía Lequerica y parte de otro tramo de la calle del Barquillo. El diario El Globo de 1875 se hace eco de la noticia de “la ampliación de la calle Fernando VI continuando por la de la Florida”. A principios del siglo XX, el cronista de la Villa, Pedro de Répide, que escribió algún artículo bajo el seudónimo de “el ciego de las Vistillas”, nos refiere que la calle todavía conservaba algunas casas bajas del siglo XVII bastante pintorescas y notables.
Con el pasar del tiempo se convirtió en una calle con mucho movimiento de transeúntes al ser muy comercial. Abundaban en ella sobre todo zapaterías y sombrererías. Una de estas últimas era la sombrerería de señoras “Frou-frou” de la que, allá por 1903, decían las malas lenguas que era un disimulado templo del amor. También a principios del siglo XX, en el número 2, abrió la “Librería Agrícola”, recientemente transformada en la zapatería de lujo Le Marché Aux Puces. En el número 3, en 1925, se encontraban los “Almacenes Ripoll”, edificio de dos plantas obra del arquitecto Francisco Reynals Toledo, posteriormente ocupado por Cervecerías Santa Bárbara, que lo coronó con ocho pingüinos y que actualmente está abandonado.
A finales del XIX, en el número 5 tenía su comercio D. Manuel Muñoz Amor, en el que rezaba el rótulo: “químico, tintorero y quitamanchas”. En 1849, en el número 10 se ubicaba el depósito de vinos del señor barón de Monte-Villena. En el número 12, los “Almacenes Enrique del Campo”, de hierros, aceros y maquinaria. En el número 17, desde 1849 hasta 1913 que liquidó todas sus existencias, tenía su sede “Calzados Les Petits Suisses”, hoy en día ocupado por la librería Antonio Machado. En 1920, en el número 23 había un comercio de maquinaria y herramientas para madera, hoy pastelería al estilo provenzal Mamá Framboise.
De gran importancia fue también en el número 10 desde 1902, la fábrica de carruajes Lamarca Hermanos, edificio fantásticamente restaurado en 2010; la segunda Farmacia Militar de Madrid en el número 8 y en el número 6, el Instituto de Física Terapéutica del doctor Decref fundado en 1893. Afortunadamente aún sobrevive desde 1905 el Palacio de Longoria, edificio modernista hoy propiedad de la SGAE; desde 1914 se mantiene la confitería-pastelería La Duquesita y, ya desde mediados del siglo XX, la Gran Pescadería-Marisquería Fernando VI desde 1955 y la cestería Sagón desde 1956.
Fuentes: La Época, El Heraldo de Madrid, El Globo, La Ilustración Española y Americana.
Hola Manuel,
ResponderEliminarDesde luego es una calle llena de vida y arteria de un barrio que se conserva casi intacto desde el XIX, como se puede ver en tu comparativa. He visto que el edificio de Reynals, donde se han tomado tantas cañas, sólo tiene protección parcial, esperemos que no acabe con un añadido por encima.
Un abrazo.
¡Prodigio de documentación! Y mira qué es difícil seguirle la pista a los comercios, pero a ti no te ha faltado ninguno. Enhorabuena, el artículo es fabuloso.
ResponderEliminarUn abrazo, Jesús
Salud Antonio,
ResponderEliminarCiertamente es una calle que, arquitectónicamente, ha sufrido muy pocos cambios desde el XIX, salvo el lógico cambio de comercios, pero como sigan dejando en el abandono ciertos edificios como "el de los pingüinos", mucho me temo que cuando se reactive un poco la economía, veremos cambios sustanciales en sus fisonomías.
Un abrazo.
Gracias Jesús,
Tu bien sabes que con paciencia y dejándose alguna dioptría, si tiras poco a poco de hemeroteca, se sacan muchas anécdotas y datos curiosos. Son sorprendentes hasta los anuncios publicitarios de la época. ¡Cómo ha cambiado el "marketing"!
Un abrazo.
Hola Manuel. Fantastico post. Las imagenes retrospectivas son curiosas, en la segunda imagen, los arboles...digo los coches no dejan ver el bosque, pero nos hacemos la idea perfectamente de los que han cambiado los tiempos, por mas que algunos comercios, mantengan su antigua fisonomia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola José,
ResponderEliminarSabía yo que te iba a llamar la atención la frondosidad de las acacias de esta calle.
Curiosamente, a pesar de la avanzada hora de la foto, no aparece ni un solo transeúnte, sólo coches. Quién diría que este iba a ser el aspecto de una calle antaño supercomercial. Los tiempos cambian y no siempre agradablemente.
Gracias y un abrazo.
Efectivamente poco a cambiado esta calle desde el siglo pasado, bueno... pasado y el anterior, que ya estamos en el XXI. Qué difícil es acostumbrarme a decir siglo XXI, con las de veces que habremos dicho el XX. En fin, los siglos pasan, y con ellos se van los antiguos comercios y lo peor de todo, los antiguos habitantes, esos que ya nunca volverán y que tantas cosas podrían contarnos, pero la vida es tan corta, que mejor lo aprendes tú, a esperar que otro venga a contarlo. Por eso es de agradecer que tenemos a gente como tú, que nos cuenta y enseña cosas del pasado y del presente, y el futuro... ya lo veremos todos, y el que no lo vea, que se lo cuenten.
ResponderEliminarQué post tan bonito, Manuel. Es una calle que conozco bien de cuando vivía en Malasaña y volvía a casa de trabajar andando, así que también conocía las tiendas a las que entraba a menudo a comprar (la pescadería, la canrnicería, una droguería que no se si continúa, etc.). Ahora de vez en cuando em encanta volver a cotillear, tu artículo y tus fotos son un paseo maravilloso, ¡gracias!
ResponderEliminarUn beso
Gracias Mercedes,
ResponderEliminarEn cuanto a los comercios, que el paso de los años hace inevitable el cambio, alguno como la pescadería sigue igual, con buen género pero con precios prohibitivos. De principios del XX sólo subsiste La Duquesita, ahora todos son "chic y delicatessen". Haces bien en no perder las buenas costumbres volviendo de vez en vez para rememorar...y cotillear, que hay cotilleos sanos y necesarios.
Un beso.