El emblema de Madrid siempre ha dado lugar a controversias, más o menos fundadas, sobre sus variaciones sucesivas. Ya en el siglo XIII, durante el reinado de Fernando III el Santo (1199?-1252) figuraba el oso, probablemente por los muchos que abundaban en la región, según afirma el “Libro de Montería” del rey D. Alfonso XI, donde se dice que Madrid “era buen lugar de puerco y oso”.
Posteriormente se pintaron en la piel de éste las siete estrellas, que después pasaron a la orla del escudo y que los genealogistas afirman que es una alusión a la constelación llamada vulgarmente El Carro. Hay quien defiende la teoría, creo que descabellada, de que es porque la villa de Madrid se hallaba ubicada en la Carpetania, y que Carpentum quiere decir carro en latín.
Tampoco hay aclaración suficiente sobre la presencia del madroño al que se abalanza el oso en las modernas armas de Madrid, y sólo se consigna que el motivo de esta actitud del animal ante un árbol, hacía alusión a reñidos pleitos que hubo en el año de 1222, entre el Ayuntamiento y el Cabildo eclesiástico de la Villa, sobre unos derechos a ciertos montes y pastos en las cercanías del castillo, los cuales concluyeron con una concordia en la que se estableció que perteneciesen al Ayuntamiento de la Villa todos los pies de árboles y al Cabildo todos los pastos.
El litigio casi salomónico tuvo como final y para su memoria que se pintase para el Cabildo una osa paciendo en la hierba y que para el Ayuntamiento se la pusiese incorporada a las ramas de un madroño. También se ha pintado algunas veces un dragón alado como emblema de la villa, en alusión al que dicen que se halló esculpido en Puerta Cerrada, pero este mal llamado dragón no era sino una culebra, según el mismo dibujo que estampa el maestro López de Hoyos y su copia pintada, en el techo de una de las salas del Archivo del Ayuntamiento de Madrid.
Las armas, en fin, de la Villa de Madrid son hoy, “de plata, el madroño de sinople terrasado de lo mismo, frutado de gules, acostado de un oso empinante de sable y superado por una corona cívica de sinople; bordura de azur, cargada de siete estrellas de plata y, al timbre, corona real”. Esta última concedida por el emperador don Carlos V, en las Cortes de Valladolid de 1544, a los procuradores de la Villa de Madrid, que pidieron este honor para su patria.
Fuentes: "Madrid Villa y Corte" de Pedro Montoliú Camps, "Ayuntamiento de Madrid", "Archivo Histórico Regional", "Sociedad Española de Librería", "Museo Municipal de Madrid".