Es gritar a las cuatro de la mañana señalando las churrerías al aire libre de las afueras con los hornos encendidos, como si fuesen los de los asfaltadores nocturnos: “Vamos a comernos unos churros al infierno”.
Es presenciar cómo los churreros hacen los churros como si hiciesen monedas falsas, algo clandestino en la noche, pero legítimo en la mañana.
Es conservar mucho tiempo, sin que se caiga, la ceniza del cigarro que se está fumando, consiguiendo así la inmortalidad de lo efímero.
Es saber soportar cualquier hambre provisional y comer fachadas y balcones, como si una fábrica de galletas hubiese hecho las casas.
Es estar haciendo tiempo para una ascensión superior, pues se está matando el tiempo porque se tiene una cita en el cielo.
Es un conjunto de gente ingeniosa que hace el milagro de vivir con una moneda de oro que les dejó una abuela.
Es tener un gabán que abriga mucho y con el que se puede ir tranquilo hasta a los entierros con relente.
Es una hilera de turistas que entran en el Museo con una gran maleta llena de admiración en la mano.
Es quedarse alegre sin dinero y no saber cómo se pudo comprar lo que se tiene en casa.
Es esperar, como tortugas, debajo del armario casero a que llegue la primavera.
Es un sitio precioso para que puedan vivir felices las almas en pena perpetua.
Es que la pulmonía diga: Yo elijo los mejores... No voy a elegir los antipáticos.
Es gritar en medio de la noche: “Vamos a una churriguería cualquiera”.
Es oír gritar a una madre: “¡A ver si te pongo el culo como un tomate!”.
Es meterse las manos en los bolsillos mejor que nadie en el mundo.
Es tan novelesco, que su novela perfecta es la de lo insucedido.
Es oír, en la alta noche, el ladrido y el maullido de lo antiguo.
Es saber que el relente viene de la Plaza de Oriente.
Es el sitio en que hay más gorritos de los niños.
Es llamar a la luna “Pepa la frescachona”.
Es la improvisación y la tenacidad.
Es el sitio de la muerte sin miedo.
Es no tener nada y tenerlo todo.
Es un lugar de pocas palmeras.
Es no admitir lo gótico.
Fuente: “Nostalgias de Madrid”, Ramón Gómez de la Serna.