Carlos III de Borbón (1716-1788), rey madrileño apodado cariñosamente “el rey alcalde”, aunque también pudiera habérsele llamado el rey arquitecto o el rey urbanista o el rey jardinero. Realizó una serie de obras de tal importancia en la capital y su periferia, que jamás ningún rey, antecesor o sucesor, ha acometido. Para mejorar la ciudad, tuvo la gran suerte de contar con tres arquitectos de primerísima línea: Ventura Rodríguez, Francisco Sabatini y Juan de Villanueva.
Arquitectos que, bajo las órdenes del monarca, supieron mejorar acertadamente la fábrica de los edificios ya construidos, aumentando, por consiguiente, la calidad de vida de los madrileños. Unificaron y adornaron fachadas, quitaron buhardillas, rectificaron trazados de calles, reordenaron plazas. Por decreto hicieron que los inmuebles tuvieran canalones, bajantes, sumideros y pozos para aguas fecales. Entre otras muchas obras, estos tres genios de la arquitectura, levantaron el Palacio de Liria, la fuente y el puente del Abanico sobre el Manzanares, la Casa de la Aduana (hoy Ministerio de Hacienda), la residencia del conde de Floridablanca (en la calle de Bailén).
Reformaron la Real Basílica de San Francisco el Grande, la urna sepulcral de Fernando VI del convento de las Salesas Reales, la escalera principal del Palacio Real. Se encargaron de las ampliaciones de los palacios de El Pardo y de Aranjuez, las Casitas Reales de El Escorial, el Oratorio del Caballero de Gracia, la reforma de la Plaza Mayor tras uno de sus incendios, el Hospital General de Atocha, la Real Fábrica de Platería de Martínez, el Palacio de Buenavista, la Imprenta Nacional, la Real Casa de Correos y el Real Observatorio Astronómico. A este Borbón también se deben la red radial de carreteras que convergían en la capital para impulsar los transportes y las comunicaciones. También mejoró las carreteras que conducían a los sitios reales de El Escorial, La Granja y Aranjuez.
Se preocupó de las entradas a la ciudad levantando en la zona del paseo de la Florida, la Puerta de San Vicente (1775) junto a una plaza semicircular y una monumental fuente, hacia el sur la Puerta de Toledo y en el este la Puerta de Alcalá, esta última, puerta real al igual que las de Toledo, Atocha, Segovia y Pozos de Nieve, a las que se sumaban otras doce puertas de segundo orden. En fin, obras que supusieron a la ciudad un aspecto totalmente diferente convirtiéndola en una capital digna y moderna. En la zona del Prado ordenó el terraplenado del prado de San Jerónimo plantando árboles y colocando fuentes para su ornamentación. Mandó construir las fuentes de Cibeles y Neptuno en los extremos del paseo y la fuente de la Alcachofa cerca de la puerta de Atocha. Concibió el Gabinete de Historia Natural, hoy Museo del Prado. En 1767, al trasladar su residencia al Palacio Real, abrió al público los jardines del Retiro, derribó la ermita de San Antonio de los Portugueses y en su lugar construyó la Real Fábrica de Porcelanas de la China, edificio de tres plantas, con un taller para bronces y otro de composición de piedras duras.
Se levantaron las nuevas caballerizas cerca de Palacio Real, se modificó el perímetro y las tapias de la Casa de Campo y se ordenó que dejara de ser una finca de recreo real para convertirse, una parte de ella en tierra de cultivo y otra parte en pastos para la ganadería. Abrió los paseos de Acacias, Imperial, Ocho Hilos (hoy calle de Toledo) y Pontones. Inició la canalización del Manzanares plantando árboles desde el Puente de Toledo hasta el río Jarama. Dedicó 250.000 reales por año a obras de saneamiento y limpieza y ordenó un proyecto de empedrado de las vías públicas con adoquines. Dotó a los servicios municipales de limpieza de unos vehículos cerrados herméticamente (las chocolateras de Sabatini), para que el ciudadano echara las basuras. Prohibió el uso de armas blancas y de fuego bajo penas de seis años de prisión para nobles o mismas penas de trabajos en las minas para plebeyos. Persiguió los juegos ilegales, sobre todo en hosterías y tabernas, y castigó los juegos permitidos, si se hacían en horas laborables.
Legisló sobre accidentes de trabajo. Prohibió pedir limosnas, que se matara a los toros en las corridas e hizo levas de vagos y maleantes. En 1763 creó la Real Compañía de Impresores y Libreros del Reino, derogando el privilegio concedido 200 años antes por Felipe II a la casa Plantín de Amberes, para la impresión de libros de rezos y ordenó que papel, tinta y colores debían ser producidos en España. Supervisó la Planimetría General de la Villa y en 1765 ordenó numerar con azulejos en las fachadas las 557 manzanas que conformaban Madrid. Dotó de fuentes a las plazas principales y construyó una alcantarilla para aguas sucias desde Alcalá, pasando por la puerta de Atocha, hasta las afueras de la población. Creó los alcaldes de barrio, fundó escuelas gratuitas, diputaciones de caridad y las casas de beneficencia. En 1763 instauró la lotería (la beneficiata), teniendo su primera sede en una casa de la plaza de San Ildefonso. Fundó las Sociedades Económicas de Amigos del País y creó el Banco de San Carlos.
Legisló sobre accidentes de trabajo. Prohibió pedir limosnas, que se matara a los toros en las corridas e hizo levas de vagos y maleantes. En 1763 creó la Real Compañía de Impresores y Libreros del Reino, derogando el privilegio concedido 200 años antes por Felipe II a la casa Plantín de Amberes, para la impresión de libros de rezos y ordenó que papel, tinta y colores debían ser producidos en España. Supervisó la Planimetría General de la Villa y en 1765 ordenó numerar con azulejos en las fachadas las 557 manzanas que conformaban Madrid. Dotó de fuentes a las plazas principales y construyó una alcantarilla para aguas sucias desde Alcalá, pasando por la puerta de Atocha, hasta las afueras de la población. Creó los alcaldes de barrio, fundó escuelas gratuitas, diputaciones de caridad y las casas de beneficencia. En 1763 instauró la lotería (la beneficiata), teniendo su primera sede en una casa de la plaza de San Ildefonso. Fundó las Sociedades Económicas de Amigos del País y creó el Banco de San Carlos.
Trasladó la Real Academia de San Fernando desde la Casa de la Panadería al edificio de la calle Alcalá, la biblioteca de la Academia de Historia a la Plaza Mayor y construyó el Jardín Botánico para acoger el antiguo de Migas Calientes. Realizó reformas en la enseñanza creando el centro de Estudios de San Isidro y las Escuelas de Artes y Oficios (hoy Formación Profesional). Aprovechó las propiedades de los jesuitas expulsados para acoger centros de enseñanza, residencias universitarias, hospitales y hospicios. Creó el cuerpo de vigilantes nocturnos, llamados salvaguardias, con mil quinientos miembros hábiles del Cuerpo de Inválidos y dotó de Ordenanzas al ejército. Permitió el uso de máscaras en los teatros, prohibió los autos sacramentales y la presencia de “tarascas, gigantones y gigantillas” en la procesión del Corpus. Condenó el lujo y limitó en 1770 el uso de prendas costosas. En fin, nada más cierto que lo que Fernández de los Ríos dijo del reinado de Carlos III:
“un descanso en la cronología de míseros reyes, de monjas y frailes intrigantes”.
“un descanso en la cronología de míseros reyes, de monjas y frailes intrigantes”.