Evolución de la Plaza Mayor.
Al principio (1580), la plaza estaba ubicada extramuros y se llamaba Plaza del Arrabal y las casas que flanqueaban sus cuatro costados eran apenas unas míseras chozas. De hecho, uno de los nombres con que se la conocía entonces era la “plaza de las chabolas”. En las postrimerías del siglo XVI, la emergente clase media concentró en sus inmediaciones los primeros establecimientos comerciales. Poco después, Felipe III mandó demoler la vieja plaza y sus chabolas con objeto de construir una totalmente nueva, dentro de las murallas de una ciudad que se había extendido, sobre todo hacia el este.
“Pasaréis a la historia, Bramante”, sentenció el papa Julio II en 1506, cuando encomendó al arquitecto Donato Bramante la construcción de la nueva catedral de San Pedro de Roma. Unos cien años después, el rey Felipe III encargó al también arquitecto Juan Gómez de Mora una plaza que “ha de superar a todas las demás plazas del mundo, para dar grandeza política y orgullo al pueblo español”. Así nació en 1619 la calificada por algunos, madre de todas las plazas, sin desmerecer a la homónima salmantina y a la Grote Markt de Bruselas.
Debía ser una plaza que se pudiera transformar en teatro y en la que se pudieran organizar fiestas para exhibir el fasto de la casa de Habsburgo a los invitados reales y los embajadores extranjeros. La inauguración de la Plaza Mayor anunció el comienzo del Siglo de Oro español. Años gloriosos para las bellas artes, con pintores como Velázquez, Murillo, Ribera y Zurbarán y con escritores, dramaturgos y poetas como Quevedo, Tirso de Molina, Lope de Vega y Calderón de la Barca. Incluso el propio rey tuvo la osadía de representar papeles de actor en sus propias fiestas.
Con motivo de las nupcias del príncipe Carlos, príncipe de Gales, con María, hija de Felipe III, Juan de la Corte (Jan van het Hof, pues era flamenco) pintó en 1623 el lienzo “Fiesta en la Plaza Mayor”, centrándose en los jinetes que galopaban por la plaza. En primer plano aparece el caballo encabritado de Felipe III, para indicar que el monarca domina la cabalgadura, metáfora de su férreo control de la monarquía. Y para colmo, las nupcias jamás se celebraron. Tras una estancia del príncipe de seis meses en la corte española, doña María acabó casándose con el rey de Hungría.
Otro lienzo que nos hace partícipes de los fastos escenificados en la Plaza Mayor es el de Francisco Ricci de Guevara, su “Auto de fe en la Plaza Mayor de Madrid”, representando el acto del 20 de junio de 1680, constituye una representación de la arquitectura renacentista. Aquel día miles de invitados se habían congregado en la plaza para asistir a la ejecución de 118 herejes, entre ellos 80 judíos, culpados de contrariar la doctrina católica, 21 de los condenados fueron quemados vivos. Los “festejos” comenzaron a las 7 de la mañana y, dicen también las crónicas de la época, que el humo de la última hoguera no se llegó a disipar hasta bien entrado el amanecer.
Tal era la preeminencia del Santo Oficio, que el público que asistió al acontecimiento, manifestó su asombro y estupor por el hecho de que el gran inquisidor se sentara en una especie de trono e insólitamente en un lugar más elevado que el del propio monarca. La primera sentencia de muerte ejecutada en la Plaza Mayor fue en 1624. Recayó “tan distinguido honor” en don Rodrigo Calderón, Conde de Oliva, al estrenar el cadalso como reo de muerte, por asesinato múltiple.
Aquel mismo año se celebró también el primer Auto de fe. El Santo Oficio había condenado a un tal Benito Ferrer a la hoguera pública por haberse hecho pasar por sacerdote. La Inquisición continuaría utilizando la Plaza para la ejecución de sus siniestras sentencias hasta bien entrado el siglo XVIII. Se introdujo en 1759 un nuevo evento teatral conocido con el nombre de Entrada Triunfal. Se trataba de un acontecimiento altamente festivo en honor a la llegada del rey Carlos III. Por más que transcurriera el tiempo, la Plaza Mayor continuaría siendo lo que es, el centro geográfico del Madrid de los Austrias.
Hola Manuel:
ResponderEliminarFantástico y documentadísimo recorrido por la "madre de las plazas" (y es verdad que, aunque haya otras que la superan en belleza, nuestra Plaza Mayor marcó un hito y una pauta arquitectónica para las plazas mayores que vinieron después, incluida la de Salamanca).
Muy curiosos los hechos que comentas. Alucinado me quedo con lo de Rodrigo Calderón y su cuerpo momificado (¡pues no era éste un requisito para ser nombrado santo y resulta que lo ajusticiaron por asesino!)
Felicidades. Un abrazo, Jesús
Hola Manuel, cuentas la historia de la plaza de forma muy original, la historia con sus imágenes...
ResponderEliminarEs verdad que allí ocurrieron cosas muy feas, pero es uno de los lugares más bonitos de Madrid, y (con permiso) del mundo entero.
un beso
Siempre será una de las plazas más bonitas del mundo. Esta plaza siempre ha sido una debilidad para mí. Tantas y tantas horas habré estado en ella, tantos paseos, tantas visitas, que es como si fuera mi salón. Ciert que a Rodrigo y Benito, no les gustaría tanto, pero oye... es que vestirse de sacerdote y matar a más de uno, solo se les ocurre a ellos dos. Mira que si la Inquisición pudiera presenciar un desfile de carnaval...
ResponderEliminarEstoy como loco esperando la segunda parte.
Jesús: ...Y mira que son bonitas las de Salamanca, León, Valladolid, incluso la de Trujillo, pero es que la de Madrid, a pesar de sernos tan cotidiana es...majestuosa. Y eso que tuvo, estéticamente, tiempos mejores.
ResponderEliminar(El requisito era cuerpo incorrupto por medios divinos y a este lo "incorruptearon" por medios químicos, y eso no valía)
Gracias y un saludo.
Mercedes: Muchas gracias. Tienes mi permiso y mi beneplácito, a pesar de haber sido un lugar tan luctuoso en otras épocas, y todo en nombre de Dios.
Un beso.
Bélok: Comparto totalmente tu debilidad y seguro que nos habremos cruzado en más de una ocasión cámara en ristre. Cierto que en suelo patrio y allende nuestras fronteras hay plazas monumentales preciosas, pero como dice Jesús, la nuestra marco un hito.
Y sobre el genocida "Santo" Oficio y un tal Torquemada, prefiero no dar mi visión personal, heriría a algún espíritu religioso.
Gracias y salud!
Manuel, me ha encatado la historia que nos has contado. Es normal que con tanta historia a sus espaldas, la plaza haya sido testigo de cosas malas y buenas.
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Un abarzo
Muchas gracias José,
ResponderEliminarDesgraciadamente tuvimos nefastos lugares en Madrid a disposición de las fechorías del Santo Oficio, pero de la época del oscurantismo no se libró...ni Dios.
Un abrazo.