3 de marzo de 2014

Institución del Divino Maestro

 
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La Institución del Divino Maestro, cuyo lema es, “Id y enseñad”, es una fundación benéfico-docente que se encuentra ubicada en la calle de San Vicente Ferrer, 82, en el barrio de Universidad, distrito Centro de Madrid. Fue promovida y patrocinada por el Arzobispado de Madrid en el año 1927 y finalmente fundada por el obispo de Madrid-Alcalá, don Leopoldo Eijo y Garay (1878-1963), para internado de estudiantes de Magisterio. 

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Desde el año de 1946 está regentada por la Congregación de Misioneras del Divino Maestro, congregación fundada por el obispo de Orense, D. Francisco Blanco Nájera, más conocido por “Pachico” (1889-1952), y por la religiosa zamorana, Dª Soledad Rodríguez Pérez, más conocida por “Solita” (1904-1965). Actualmente, la institución continua con su labor docente como colegio y residencia de estudiantes, no sólo de Magisterio, sino de todo estudiante universitario que lo solicite.
 
 
M@driz hacia arriba©2006-2014 | Manuel Romo

19 de febrero de 2014

Madrid 1910-1935


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La exposición Madrid 1910-1935, pretende ofrecer una visión sobre los cambios operados en la ciudad durante las tres primeras décadas del siglo XX, un Madrid que buscaba convertirse, como cualquier ciudad europea, en una ciudad moderna. Para ello se producen en el interior del casco histórico remodelaciones, ampliaciones y demoliciones que provocarán múltiples debates urbanísticos protagonizados por los técnicos del Ayuntamiento, por higienistas, por ingenieros, por arquitectos y por urbanistas. 


Esta nueva ciudad al ir creciendo necesitaba comunicar sus cada vez más distantes extremos, modernizar sus transportes, ampliar vías y calles, ensanchar calzadas para dar paso a una maraña circulatoria. Necesitaba también sanear y planificar las nuevas formas de abastecimiento, acordes con el incremento demográfico, sin olvidarse de adornar y embellecer sus plazas y glorietas. Precisaba igualmente canalizar un río de difícil comportamiento hidrológico, aunque para ello las castizas lavanderas tuvieran que decir adiós. Como también centros médicos, atención asistencial, escuelas, bibliotecas y espacios como la Casa de Campo abierta a los madrileños con la llegada de la segunda República. 

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Para esta exposición, el Ayuntamiento de Madrid se sirve, en su mayor parte, del material del Servicio Fotográfico Municipal, servicio creado en 1914, para dejar constancia de todos estos cambios, incluyendo imágenes de fiestas, procesiones, verbenas, desfiles y otro tipo de similares eventos, donde el ciudadano se sentía protagonista de las transformaciones de la ciudad y que apenas pudo disfrutar, pues fue fatalmente interrumpido en 1936, con el estallido de la Guerra Civil. Si te gusta Madrid y la fotografía, no te puedes perder: “Madrid 1910-1935, fragmentos visuales, secuencias y contrastes de una ciudad en transformación”, en la sala I del Centro Cultural Conde Duque, del 14 de febrero al 20 de abril. Entrada libre.
 
 
Texto de la gráfica y fotos de la exposición.
Madridpolis©2013 | Manuel Romo

29 de enero de 2014

Teatro Real




El Teatro Real, una de las salas de ópera más importantes del mundo, está situado entre la Pza. de Isabel II y la Pza. de Oriente, frente al Palacio Real y la catedral de la Almudena. La construcción del teatro fue promovida por la reina Isabel II, gran devota de la música al igual que su madre Doña María Cristina, que quería dotar a Madrid de un teatro para la Corte, cediendo unos terrenos conocidos a principios del XVIII como los Caños del Peral. Los arquitectos encargados de la obra fueron Antonio López Aguado (1764-1831) y, tras la muerte de éste, Custodio Teodoro Moreno (1780-1854), creando un edificio de planta hexagonal irregular con dos fachadas principales.


La decoración interior fue ejecutada por expertos de la época como Rafael Tejeo y Eugenio Lucas. Entre otros detalles constaba de un gran tocador, floristería, confitería, café y varios salones de baile. Fue inaugurado el 19 de noviembre, día de la onomástica de la soberana, de 1850 con la obra “La favorita” de Gaetano Donizetti. 


En 1887 un incendio dejó el teatro bastante afectado, pero continuó funcionando hasta 1925 en el que por un Real Decreto se clausuró por su lamentable estado. Cuatro décadas más tarde la Fundación Juan March se encargará de su reconstrucción y de reabrir sus puertas en 1966. A lo largo de su historia pasará por distintos usos: sala de conciertos, de baile y también por distintas remodelaciones, hasta que en 1997 tiene lugar su reinauguración recuperando su función original como teatro de ópera. De esta última modernización se encargaron los arquitectos José Manuel González Valcárcel, Miguel Verdú Belmonte y Francisco Rodríguez Partearroyo. 


Hoy en día es notable la mezcla de sus anteriores etapas. Se accede por el vestíbulo, antiguamente cuadrado, que ahora dispone de una columnata elíptica de madera y dos escaleras imperiales que comunican sus nueve plantas. En la segunda planta diversos salones unidos por rotondas rodean el perímetro de la sala. Decorados de diferentes colores todos cuentan con alfombras realizadas exclusivamente para el teatro por el famoso artesano Manuel Morón. Destacan sus lámparas y tapices algunos de los siglos XVII y XVIII. La zona que hoy ocupa el restaurante en su tiempo fue uno de los salones de baile e incluso un hemiciclo donde se reunieron los diputados durante una legislatura mientras se construía el actual edificio del Congreso de los Diputados. 


Pero sin duda la joya es la sala principal reproducida como en 1850 de estilo clásico italiano y en forma de herradura. Cuenta con 1746 butacas que disponen de una perfecta acústica, el foso de la orquesta, una lámpara de 2.700 kilos y una caja escénica que con la tecnología más avanzada se ha convertido en el tesoro del teatro. En el siglo XVIII por una peseta se podía acceder al edificio, de ahí los llamados “peseteros del frac”, eran jóvenes de clase baja que iban en busca de una esposa rica a la ópera con la esperanza de que alguna de las familias adineradas les invitase a su palco a ver la función. Un teatro que un día pisaron personalidades como Verdi, Stravinski y Strauss y que hoy sigue siendo referente internacional. 

 
M@driz hacia arriba©2006-2014 | Manuel Romo

30 de noviembre de 2013

El Niño Pedrín

 



       
A tan sólo unos cincuenta kilómetros de Madrid en una de las laderas del Monte Abantos, 
 monte que ya en la época pre-romana de los Vetones fue el lugar elegido para comunicarse 
 con los dioses, dominando unas magníficas vistas sobre San Lorenzo de El Escorial, 
 se encuentra la ya mítica cruz de granito erigida a finales del siglo XIX para dejar constancia 
 del luctuoso hecho ocurrido en ese mismo punto donde se alza. 
 Ocurrió el 10 de febrero de 1893,  a Pedro Bravo y Bravo más conocido por el niño Pedrín. 
 Es la historia de un muchacho de ocho años, monaguillo del monasterio, que un día tras 
 terminar el oficio, desapareció sin dejar rastro y que al cabo de una semana de incesante 
 búsqueda por vecinos y por la propia guardia civil, según expresan los propios lugareños, 
 por fin fue encontrado “hueco, sin sangre”.
 

Una fría noche de febrero, en su ronda habitual, dos guardias forestales dieron con el cuerpo  semioculto brutalmente asesinado de un niño con tremendas erosiones en el cuello y las extremidades, pistas que condujeron a un posible culpable “El Chato” un vecino del pueblo que fue acusado del crimen y al que condenaron tan sólo a ocho años de presidio. 
Aunque nunca se supo el motivo, la leyenda especula que fue secuestrado dentro del monasterio, víctima de una conspiración, por un vecino perturbado. 
Pero si lo que os interesa no son tanto las curiosidades morbosas sino la belleza del paisaje, os recomiendo que visitéis en el mismo Monte Abantos en su vertiente sureste, el arboreto Luis Ceballos. Se encuentra a 1.300 metros de altitud, tiene unas 250 especies de árboles y arbustos y toma su nombre del naturalista Luis Ceballos y Fernández de Córdoba que nació en San Lorenzo del Escorial en 1896.
 

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31 de octubre de 2013

Librería Médica–Nicolás Moya




Nicolás Moya Jiménez, un joven alcarreño nacido en 1838 en la población de Alovera, tomó un día la resolución de marchar del pueblo que le vio nacer y llevar a cabo en la capital, Madrid, el proyecto, ya maduro, que durante algunos años le anduvo rondando por la cabeza: abrir una librería especializada en la que exclusivamente se vendieran libros de Medicina. 
Es fácil imaginarse los consejos y comentarios de familiares, amigos, conocidos e incluso comerciantes madrileños, echándose la manos a la cabeza, cuando se enteraron del propósito del joven: ¿Sólo libros de Medicina? ¡Eso será un fracaso rotundo! ¡Qué disparate! ¡Este pollo es un alocado! Pero Nicolás sin dejarse intimidar, desoyendo las profecías de sus mayores y alentado por la nueva ley Moyano, que propició que muchos jóvenes se matricularan en el Colegio de San Carlos, continuó adelante con su anhelado proyecto y un mes de octubre de 1862, en pleno centro de Madrid junto a la Puerta del Sol, en el número ocho de la calle de Carretas, una de las más bulliciosas de la capital, levantó el cierre de “Nicolás Moya-Librería Médica”, la primera librería médica de España y una de las más antiguas de Europa. 
Quizá por la proximidad del Colegio de Médicos, que por esas fechas estaba a la entrada de la calle Mayor, el día de la inauguración la librería se vio desbordada con la asistencia de catedráticos, eruditos, investigadores, estudiantes e incluso el rector de la Universidad de Medicina y Cirugía, D. Juan Manuel Montalbán. El éxito fue tan sonado que desde el primer momento, tanto la tienda como la trastienda se convirtieron en inexcusable lugar de tertulia para eminentes doctores de la época. Allí se dieron cita asiduamente galenos de la talla de Rafael Ulecia, Ramón Lobo, Julián Calleja, Alejandro San Martín, Simón Hergueta, nuestro flamante primer premio Nobel de Medicina, D. Santiago Ramón y Cajal y D. José de Letamendi, autor del sabio consejo:


Vida honesta y ordenada
usar de pocos remedios
y poner todos los medios
en no preocuparse por nada.
La comida, moderada.
Ejercicio y diversión.
Beber con moderación.
Salir al campo algún rato.
Poco encierro, mucho trato
y continua ocupación”

Corrían tiempos en que la medicina española estaba muy influenciada por la ciencia europea y en particular por la francesa. Época trascendental en la que se pasaba de una medicina un tanto filosófica a la medicina práctica. Los jóvenes doctores empezaban a competir en diagnósticos y terapéuticas y los antiguos galenos a actualizar sus bibliotecas con volúmenes de doctores de apellidos galos. Médicos, farmacéuticos y veterinarios, si querían estar al día con las obras de allende los Pirineos únicamente podían recurrir a la casa Bailly-Bailliere. Este fue el motivo de que el inquieto D. Nicolás se propusiera ampliar el campo de su boyante negocio y complementarlo con una imprenta para editar las obras de médicos españoles, a la vez que traduciría las obras de los colegas franceses, ingleses y alemanes y revistas de ramas auxiliares de la medicina como Botánica, Química, Física y Biología. 
Tal fue el éxito de la editorial, que se convirtió en editor exclusivo de las obras de los doctores Letamendi y de Ramón y Cajal. Este último incluso tenía en la trastienda, y para exclusivo uso, una mesa para que corrigiera las galeradas. A finales de 1912 muere D. Nicolás y tres años más tarde por problemas con la comunidad del edificio y desacuerdos con el alquiler del local, sus descendientes se ven obligados a trasladar la librería a otro local en el número 29 de la misma calle, donde después de 151 años “Nicolás Moya-Librería Médica” continua su labor, ahora regentada por dos de sus bisnietos, generación que aún conserva fielmente los primigenios ideales de su fundador.


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