29 de enero de 2014

Teatro Real




El Teatro Real, una de las salas de ópera más importantes del mundo, está situado entre la Pza. de Isabel II y la Pza. de Oriente, frente al Palacio Real y la catedral de la Almudena. La construcción del teatro fue promovida por la reina Isabel II, gran devota de la música al igual que su madre Doña María Cristina, que quería dotar a Madrid de un teatro para la Corte, cediendo unos terrenos conocidos a principios del XVIII como los Caños del Peral. Los arquitectos encargados de la obra fueron Antonio López Aguado (1764-1831) y, tras la muerte de éste, Custodio Teodoro Moreno (1780-1854), creando un edificio de planta hexagonal irregular con dos fachadas principales.


La decoración interior fue ejecutada por expertos de la época como Rafael Tejeo y Eugenio Lucas. Entre otros detalles constaba de un gran tocador, floristería, confitería, café y varios salones de baile. Fue inaugurado el 19 de noviembre, día de la onomástica de la soberana, de 1850 con la obra “La favorita” de Gaetano Donizetti. 


En 1887 un incendio dejó el teatro bastante afectado, pero continuó funcionando hasta 1925 en el que por un Real Decreto se clausuró por su lamentable estado. Cuatro décadas más tarde la Fundación Juan March se encargará de su reconstrucción y de reabrir sus puertas en 1966. A lo largo de su historia pasará por distintos usos: sala de conciertos, de baile y también por distintas remodelaciones, hasta que en 1997 tiene lugar su reinauguración recuperando su función original como teatro de ópera. De esta última modernización se encargaron los arquitectos José Manuel González Valcárcel, Miguel Verdú Belmonte y Francisco Rodríguez Partearroyo. 


Hoy en día es notable la mezcla de sus anteriores etapas. Se accede por el vestíbulo, antiguamente cuadrado, que ahora dispone de una columnata elíptica de madera y dos escaleras imperiales que comunican sus nueve plantas. En la segunda planta diversos salones unidos por rotondas rodean el perímetro de la sala. Decorados de diferentes colores todos cuentan con alfombras realizadas exclusivamente para el teatro por el famoso artesano Manuel Morón. Destacan sus lámparas y tapices algunos de los siglos XVII y XVIII. La zona que hoy ocupa el restaurante en su tiempo fue uno de los salones de baile e incluso un hemiciclo donde se reunieron los diputados durante una legislatura mientras se construía el actual edificio del Congreso de los Diputados. 


Pero sin duda la joya es la sala principal reproducida como en 1850 de estilo clásico italiano y en forma de herradura. Cuenta con 1746 butacas que disponen de una perfecta acústica, el foso de la orquesta, una lámpara de 2.700 kilos y una caja escénica que con la tecnología más avanzada se ha convertido en el tesoro del teatro. En el siglo XVIII por una peseta se podía acceder al edificio, de ahí los llamados “peseteros del frac”, eran jóvenes de clase baja que iban en busca de una esposa rica a la ópera con la esperanza de que alguna de las familias adineradas les invitase a su palco a ver la función. Un teatro que un día pisaron personalidades como Verdi, Stravinski y Strauss y que hoy sigue siendo referente internacional. 

 
M@driz hacia arriba©2006-2014 | Manuel Romo

30 de noviembre de 2013

El Niño Pedrín

 



       
A tan sólo unos cincuenta kilómetros de Madrid en una de las laderas del Monte Abantos, 
 monte que ya en la época pre-romana de los Vetones fue el lugar elegido para comunicarse 
 con los dioses, dominando unas magníficas vistas sobre San Lorenzo de El Escorial, 
 se encuentra la ya mítica cruz de granito erigida a finales del siglo XIX para dejar constancia 
 del luctuoso hecho ocurrido en ese mismo punto donde se alza. 
 Ocurrió el 10 de febrero de 1893,  a Pedro Bravo y Bravo más conocido por el niño Pedrín. 
 Es la historia de un muchacho de ocho años, monaguillo del monasterio, que un día tras 
 terminar el oficio, desapareció sin dejar rastro y que al cabo de una semana de incesante 
 búsqueda por vecinos y por la propia guardia civil, según expresan los propios lugareños, 
 por fin fue encontrado “hueco, sin sangre”.
 

Una fría noche de febrero, en su ronda habitual, dos guardias forestales dieron con el cuerpo  semioculto brutalmente asesinado de un niño con tremendas erosiones en el cuello y las extremidades, pistas que condujeron a un posible culpable “El Chato” un vecino del pueblo que fue acusado del crimen y al que condenaron tan sólo a ocho años de presidio. 
Aunque nunca se supo el motivo, la leyenda especula que fue secuestrado dentro del monasterio, víctima de una conspiración, por un vecino perturbado. 
Pero si lo que os interesa no son tanto las curiosidades morbosas sino la belleza del paisaje, os recomiendo que visitéis en el mismo Monte Abantos en su vertiente sureste, el arboreto Luis Ceballos. Se encuentra a 1.300 metros de altitud, tiene unas 250 especies de árboles y arbustos y toma su nombre del naturalista Luis Ceballos y Fernández de Córdoba que nació en San Lorenzo del Escorial en 1896.
 

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31 de octubre de 2013

Librería Médica–Nicolás Moya




Nicolás Moya Jiménez, un joven alcarreño nacido en 1838 en la población de Alovera, tomó un día la resolución de marchar del pueblo que le vio nacer y llevar a cabo en la capital, Madrid, el proyecto, ya maduro, que durante algunos años le anduvo rondando por la cabeza: abrir una librería especializada en la que exclusivamente se vendieran libros de Medicina. 
Es fácil imaginarse los consejos y comentarios de familiares, amigos, conocidos e incluso comerciantes madrileños, echándose la manos a la cabeza, cuando se enteraron del propósito del joven: ¿Sólo libros de Medicina? ¡Eso será un fracaso rotundo! ¡Qué disparate! ¡Este pollo es un alocado! Pero Nicolás sin dejarse intimidar, desoyendo las profecías de sus mayores y alentado por la nueva ley Moyano, que propició que muchos jóvenes se matricularan en el Colegio de San Carlos, continuó adelante con su anhelado proyecto y un mes de octubre de 1862, en pleno centro de Madrid junto a la Puerta del Sol, en el número ocho de la calle de Carretas, una de las más bulliciosas de la capital, levantó el cierre de “Nicolás Moya-Librería Médica”, la primera librería médica de España y una de las más antiguas de Europa. 
Quizá por la proximidad del Colegio de Médicos, que por esas fechas estaba a la entrada de la calle Mayor, el día de la inauguración la librería se vio desbordada con la asistencia de catedráticos, eruditos, investigadores, estudiantes e incluso el rector de la Universidad de Medicina y Cirugía, D. Juan Manuel Montalbán. El éxito fue tan sonado que desde el primer momento, tanto la tienda como la trastienda se convirtieron en inexcusable lugar de tertulia para eminentes doctores de la época. Allí se dieron cita asiduamente galenos de la talla de Rafael Ulecia, Ramón Lobo, Julián Calleja, Alejandro San Martín, Simón Hergueta, nuestro flamante primer premio Nobel de Medicina, D. Santiago Ramón y Cajal y D. José de Letamendi, autor del sabio consejo:


Vida honesta y ordenada
usar de pocos remedios
y poner todos los medios
en no preocuparse por nada.
La comida, moderada.
Ejercicio y diversión.
Beber con moderación.
Salir al campo algún rato.
Poco encierro, mucho trato
y continua ocupación”

Corrían tiempos en que la medicina española estaba muy influenciada por la ciencia europea y en particular por la francesa. Época trascendental en la que se pasaba de una medicina un tanto filosófica a la medicina práctica. Los jóvenes doctores empezaban a competir en diagnósticos y terapéuticas y los antiguos galenos a actualizar sus bibliotecas con volúmenes de doctores de apellidos galos. Médicos, farmacéuticos y veterinarios, si querían estar al día con las obras de allende los Pirineos únicamente podían recurrir a la casa Bailly-Bailliere. Este fue el motivo de que el inquieto D. Nicolás se propusiera ampliar el campo de su boyante negocio y complementarlo con una imprenta para editar las obras de médicos españoles, a la vez que traduciría las obras de los colegas franceses, ingleses y alemanes y revistas de ramas auxiliares de la medicina como Botánica, Química, Física y Biología. 
Tal fue el éxito de la editorial, que se convirtió en editor exclusivo de las obras de los doctores Letamendi y de Ramón y Cajal. Este último incluso tenía en la trastienda, y para exclusivo uso, una mesa para que corrigiera las galeradas. A finales de 1912 muere D. Nicolás y tres años más tarde por problemas con la comunidad del edificio y desacuerdos con el alquiler del local, sus descendientes se ven obligados a trasladar la librería a otro local en el número 29 de la misma calle, donde después de 151 años “Nicolás Moya-Librería Médica” continua su labor, ahora regentada por dos de sus bisnietos, generación que aún conserva fielmente los primigenios ideales de su fundador.


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22 de octubre de 2013

Mingote…al desnudo


Con motivo de la exposición que se inaugurará el próximo día 4 de noviembre en el Museo del Ejército de Toledo, sirva como excusa de este blog ofrecer otro pequeño homenaje al decano, podríamos decir, de los dibujantes-humoristas que ha tenido este país, D. Antonio Mingote (1919-2012)


La muestra que llevará por título “Mingote y el ejército: Una vida en cuatro actos” tendrá como comisario al coronel Jesús María González de Caldas Paniagua.

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En ella se expondrán objetos personales cedidos por la familia del genial dibujante, académico de la lengua, escritor y periodista durante su vida militar, incluyendo unos cuadernos inéditos realizados durante la contienda de 1936, dibujos censurados por el régimen dado su carácter crítico y los desenfadados carteles que durante años dibujó para los “Premios Ejército”


Como reza una placa conmemorativa, en uno de los edificios que decoró, sita en la plaza de Cristino Martos:

“A D. Antonio Mingote por enseñarnos con humor y amor la vida”

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29 de septiembre de 2013

Casa Marabini, siglo XX (continuación)


A la muerte de Romano Marabini en 1896, le sucede su hijo mayor, Héctor Marabini, y su posición social se confirma cuando en 1900 ya figura entre los socios fundadores del Tiro Nacional junto a ministros y militares de alta graduación, y como empresario del teatro del Buen Retiro, sucediendo así en dicho cargo a su padre. El negocio continua desarrollándose con éxito y a comienzos de 1901 al establecimiento de la calle de la Montera se une otra sede en un piso entresuelo en la calle de Cedaceros, 1. En una nota publicitaria de la nueva sede:
Se avisa que aunque es escasa y confortable la escalera, se dispone de ascensor”.


Al año siguiente se sustituye el nombre de la calle Cedaceros y pasa a ser calle de Don Nicolás María Rivero. Los diarios mencionan:

El elegantísimo salón de la nueva sede ha sido construido por Cabrera y los techos decorados por Luis Bertodano, tanto el salón rojo como el Luis XVI tienen amplios balcones a la calle de Alcalá; los techos están pintados, además de Bertodano, por Avial, Benedito y Jiménez Martín y las joyas están expuestas en vitrinas. Se aclara que el salón Luis XVI tiene un tapizado de tonos claros y que dicha estancia se ha completado con un pequeño saloncito de estilo Luis XV, que es una especie de rotonda octogonal abierta en uno de los ángulos del otro salón, con decorados de tonos oscuros y luz que viene de lo alto a través de una tela difusora que cubre el techo. Cuatro caras del octógono están cubiertas por grandes lunas que cierran sendos armarios y en otras tres hay vitrinas con los objetos de joyería. La decoración de ambos salones la ha dirigido Segundo Santa Bárbara, constructor de muebles con sede en Lagasca, 30 y premiado con segundas medallas en exposiciones nacionales. Los talleres se hallan en la misma casa y en ellos trabajaban numerosos y hábiles artífices con los más modernos procedimientos”.


La visita de un cronista de un diario en 1901 a los talleres de Cedaceros, refiere objetos como una caja de oro estilo Luis XV con repujados y en la tapa la corona e iniciales, en brillantes y zafiros, del príncipe Carlos de Borbón; una corona para la duquesa de Aliaga y collares de perlas encargados por particulares “de enormes precios”
En septiembre de 1901 se celebraron juegos florales en Alcañiz (Teruel), la crónica dice así:

Al vencedor, Agustín Safón Durán, además de la flor natural que era el premio de honor, se le obsequió con una amapola de oro, que regaló don Augusto Comas y Blanco, diputado a Cortes por Alcañiz, realizando éste el dibujo para que Marabini fabricara la joya, que llegó a pesar tres onzas y que costó mil pesetas”.

Por las fiestas de San Isidro, del año de 1902, el Ayuntamiento adjudicó premios de iluminaciones y decorados a la casa Marabini por los balcones que daban a la calle de Alcalá. Al parecer sólo media docena de industriales como Marabini, Thomas y Lhardy habían demostrado relativo buen gusto. 
En 1903 la casa Marabini aumenta el tamaño del anuncio en prensa, tanto en la sección de joyerías como en la de platerías y se suprime la mención de la sede de Montera. Desde 1908 además del taller de la calle de Nicolás María Rivero, figura otro en Alcalá, 48 y a partir de 1910 también el de la calle de Alcalá, 26. 
La Asociación de la Prensa adquirió en 1903 en la joyería de Marabini los regalos que constituirían los premios del baile de máscaras del Teatro Real y que se expondrían en el escaparate del Heraldo (Alcalá, 12). 
También se recurrió en 1904 a unas medallas de estilo modernista de la casa Marabini como recuerdo al baile y cotillón que organizó el Nuevo Club, “la sociedad de hombres más aristocrática de Madrid”. 


A comienzos de 1906 Marabini realizó una custodia encargada por el marqués de Velada con joyas de su esposa fallecida. Se emplearon más de 2.000 perlas y piedras preciosas; la obra de estilo gótico simplifica la custodia realizada en 1895 y se entregó a la superiora del convento de las Siervas de María. Un semanario que se hace eco de la noticia, especifica que todos los obreros que habían trabajado en dicha custodia eran españoles. 
En 1906, los alcaldes de España determinaron ofrecer a la futura reina Victoria Eugenia, con motivo de su matrimonio con Alfonso XIII, un álbum con cubierta de oro repujada y una alegoría en el centro con el escudo de España y debajo dos círculos rodeados de brillantes con los retratos en miniatura de los jóvenes monarcas. La dedicatoria diría:

“Los alcaldes presidentes de los Ayuntamientos de España”

Las hojas para las firmas serían de papel couché con alegorías de las regiones de España pintadas por los empleados municipales Balbuena y Manzano. El coste del álbum se calculó en 30.000 pesetas. El 25 de mayo la obra estaba concluida, pesó 10 kg y el grueso del lomo fue de 14 cm; iría dentro de una arquilla de plata y el coste ascendió a 40.000 pesetas. La caja se conserva en la Biblioteca Real de Madrid. 
Otro regalo procedente de los talleres de Marabini se hizo a la futura reina. En el palacio de El Pardo le entregaron una pluma de oro con una hermosa perla para que firmara con ella los esponsales. La pluma llevaba la inscripción:

«A S.A.R. la princesa Victoria, 30 de mayo de 1906».

 

La casa Marabini continuando su actividad, en 1909 aceptó el encargo de el Arma de Caballería que regaló al coronel Cavalcanti por su heroico comportamiento en la carga de Taxdirt (Marruecos), un bastón de mando con empuñadura de oro, cifras de brillantes y una cruz de San Fernando esmaltada. 
En 1912, en una tómbola monumental, con más de 10.000 premios, organizada por El Imparcial, entre los objetos que entregaban los distintos establecimientos, figuraban: una escribanía de plata, dos tablitas con imagen de plata, dos acericos y un trinchante también de plata de la casa F. Marabini de la calle Cedaceros, 1, de lo que debe deducirse que fuese Fernando, hijo mayor de Héctor, quien por estas fechas regentara el establecimiento, mientras que Guillermo Marabini, el hijo menor, comenzó a figurar al año siguiente, pues a él corresponde la inicial que aparece en los anuncios comerciales desde 1913.
Precisamente de 1913 data la última obra de importancia que al parecer salió de los talleres de Marabini y ésta fue la corona para la imagen de la Virgen de las Angustias, patrona de Granada. La pieza de oro macizo pesó 5 kg y fue tasada en 200.000 pesetas; solamente la hechura costó 25.000 pesetas. Tenía 2.713 perlas y 4.289 piedras preciosas, 1.155 brillantes, 2.419 diamantes rosas, 240 esmeraldas, 266 rubíes, 94 granates, 93 topacios, 12 amatistas, 9 zafiros y 1 jacinto. En el frente de la diadema iban dos escudos, uno con un corazón de rubíes atravesado por siete espadas de brillantes y otro con una granada con granitos de rubíes y hojas de esmeralda; a los lados otros dos escudos con corona de espinas y con el martillo y clavos. Sobre la diadema había palmas y hojas de cardo orladas de piedras preciosas y que se enlazaban con guirnaldas de perlas; apoyaban en las palmas doce cariátides y cerraba la corona un mundo de oro con faja de brillantes y remate de cruz latina con enorme brillante en el crucero. En el centro de la corona como cabeza del tornillo que la ajustaba a la imagen se colocó un topacio extraordinario. 


En 1914 el único establecimiento que figura es el de la calle de Alcalá, pero en 1918, la casa Marabini debió de trasladarse a la carrera de San Jerónimo, 15, entresuelo; ésta es la dirección que aparece en 1919 en el último anuncio que se publica, suprimiendo la inicial de Guillermo y figurando sólo en la sección de joyería y no en la de platería. Las referencias a la casa Marabini en estos años son muestra de su decadencia. 
A finales de 1918 Marabini se anuncia como tasador de joyas para testamentarías, reformador de alhajas y comprador de las de calidad extra, y ya a comienzos de 1919 indica que tiene a la venta joyas procedentes de una importante testamentaría. 
En 1920, Guillermo Marabini se casa, dejando el negocio familiar y Fernando Marabini siguió una carrera jurídica, llegando a ser fiscal sustituto de la Audiencia de Madrid. Año y medio después, también se casa Fernando. Antonio Marabini, hijo de Roberto y primo de Guillermo y Fernando, se casó en octubre de 1921 en la iglesia de San José. 
Siendo estos los últimos datos que se conocen de esta hoy olvidada estirpe de artífices que deleitó con magníficos y suntuosos trabajos a una gran parte de la alta sociedad y de la aristocracia, desde mediados del siglo XIX hasta las dos primeras décadas del siglo XX madrileño.


Fuentes: “Estudios de Platería”, Jesús Rivas Cardona. “El Siglo Futuro” (1906). “La Acción” (1920).
M@driz hacia arriba©2006-2013 | Manuel Romo