28 de diciembre de 2008

Embajada de Italia


(C/. Lagasca, 98)

Hacia finales de 1939, el Gobierno italiano adquirió un edificio de gran valor estilístico, que ocupa toda una manzana entre las calles Lagasca, Juan Bravo, Velázquez y Padilla, que había pertenecido al Marqués de Amboage.
Construido entre 1914 y 1917 por el arquitecto Joaquín Rojí, en estilo barroco francés, con columnas rematadas por frontones curvos. Consta de una planta baja para biblioteca y salones, primera planta para dormitorios, segunda planta y semisótano para el servicio y jardín de 680 metros cuadrados.
Un pabellón de cristal da acceso al vestíbulo, en forma de templete circular flanqueado por ocho columnas. De ahí, al salón de entrada, un espacio rectangular con la espléndida alfombra, tejida por Gabino Stuyck y la gran vidriera del fondo, de Mauméjean.
En sus salones se encuentran numerosas obras de arte del siglo XVII de maestros italianos como Salvador Rosa, Cavalier D’Arpino, Pier Francesco Mola y Federico Buzzi, pintura flamenca del XVII y XVIII, la escultura en mármol de Pastora Imperio realizada por Mariano Benlliure, un billar labrado por los hermanos Ricci en la ciudad italiana de Forlí en 1884, un lienzo atribuido a Vernet, un cuadro de Gandolfi, sedas de San Leucio, tallas religiosas, una espléndida silla veneciana, etc.
Actualmente alberga la sede de la Embajada de Italia. 



23 de diciembre de 2008

¿Y tú, subes o bajas?


Según la definición de la Real Academia Española de la Lengua, una escalera es una serie de escalones que sirven para subir a los pisos de un edificio o a un plano más elevado, o para bajar de ellos. A las escaleras nos enfrentamos con admiración o con miedo, si nos adaptamos a las interpretaciones psiconalíticas.


Conocemos escaleras al cielo o descenso por ellas al infierno. Nada tan fascinante como una escalera sin final como la que pude ver en el Museo Judío de Berlín o las escaleras sin sentido de los dibujos de Escher.

Aquí tenemos una muestra de hermosas escaleras que parecen sacadas de nuestros sueños, pero que podemos contemplar en nuestra vida real. Podemos subir poco a poco la vista y detenernos en ese lugar entre escalón y escalón, resbalar por sus pasamanos como cuando éramos niños, sentarnos en sus rellanos, en esos bancos providenciales llamados "misericordias".


Todo esto consiguen las escaleras, esos puentes entre lo de abajo y el más arriba, entre la portería y la buhardilla, puentes, en principio internos, que se hacen con la moderna arquitectura, en el exterior.




Tal vez deberíamos añadir a su definición que las escaleras son, sobre todo, una metáfora de la vida, un camino duro y difícil para superarnos, para conseguir llegar a algún lugar o una senda descendente que nos lleva al exterior, hacia afuera de nosotros mismos. En definitiva, creo, que las escaleras sirven para imaginar.



18 de diciembre de 2008

Mil y una caras de Madrid


Si miráis hacia arriba, como creo que tenéis por costumbre, veréis a veces, en algunos edificios, en casas viejas o nuevas, amarillas o rojas, en oficinas o iglesias, unas caras que nos miran a su vez. Son las caras que quedan como testimonio de que nunca, en esta ciudad, estamos solos.


Esas caras -o tal vez son máscaras- parecen vacías, sin persona. Si nos permitimos jugar con su significado, diríamos que ni siquiera están hechas para sonar, como en el teatro griego. Algunas son mujeres, otras son hombres, otras animales existentes o inexistentes.



Me gustaría que os fijaseis en esa cara que está en la calle de Fuencarral casi esquina con la Gran Vía, esa cara de hermana fea, de oveja negra, cara cómica o patética. Pasead por Madrid con la cara hacia arriba buscando vuestro reflejo.
Y por qué no, buscad a los ángeles. En las iglesias los hay bellos y ridículos, no he visto angelotes más feos que los de la iglesia de la Montserrat, en la calle de San Bernardo.


Y siguiendo en esta calle... ¿Qué me decís de los sátiros babeantes del Palacio de los Siete Jardines?
Después de un largo paseo observando las mil y una caras de Madrid, tendremos una mayor consciencia de que la soledad...no existe.

7 de diciembre de 2008

Quinta del Duque del Arco




En el camino de Madrid hacia El Pardo y muy próximo a éste, sobre el corredor del Manzanares y en los extensos terrenos dedicados a Cazadero Real, se halla situada la Quinta del Duque del Arco, íntimo cortesano, Montero Mayor de Felipe V y Alcaide de El Pardo. Atravesando el arco de la Puerta de Madrid, accedemos al complejo que tuvo su origen en una casa de labor que compró el Duque en 1.717, construyendo una casa cuyas trazas recordaban el Palacio de la Zarzuela, del arquitecto Gómez de Mora.



El conjunto comprende el Palacete, lo que fue Casa de Labor con sus tierras y unos importantes jardines con fuentes de artificio.
En 1.745 cuando murió el Duque, la Duquesa donó la propiedad al rey Felipe V y a su esposa Isabel de Farnesio y, a su vez, la Quinta pasa a formar parte del Real Sitio de El Pardo, por donación de la viuda al monarca.
El Palacio tiene una superficie en planta de 920 m2, distribuidos en 15 estancias, siendo la mayor de ellas de unos 110 m2 aproximadamente. Consta de una planta noble en la que se ubican los salones y zonas de recepción. Un sótano para su utilización por el personal de servicio y una buhardilla que ocupa toda la planta alta, para los mismos fines.


Destacan las decoraciones murales de papel pintado (probablemente adquiridos en Francia en el siglo XIX), el mobiliario, las pinturas y las alfombras de la época de Fernando VII e Isabel II.
Es notable la explanada frente al Palacio, con una dimensión de 940 m2. Rodean todo el Palacio los maravillosos jardines recientemente restaurados, que recuerdan a los de La Granja, y que ocupan más de 10.000 m2 de terreno. El jardín, diseño de Claude Truchet, siguiendo la influencia francesa de Felipe V, se compone de cuatro grandes terrazas con rasgos españoles e italianos, esculturas y estanque. Grandes coníferas llaman poderosamente la atención.



Desde 1.994 y gracias a los esfuerzos del Servicio de Jardines, Parques y Montes del Patrimonio Nacional, en colaboración con la Escuela Taller de Jardinería y Medio Ambiente de El Pardo, se está tratando de recuperar este auténtico tesoro de entorno natural.
Es declarado Monumento Nacional en 1.935.



22 de noviembre de 2008

La Cibeles


Esta construcción se enmarca dentro del proyecto ilustrado de Carlos III a finales del siglo XVIII, que pretendía aumentar la categoría de Madrid a semejanza de otras ciudades europeas. Fue encargada al arquitecto Ventura Rodríguez, que realizó el proyecto entre 1777 y 1782. Su realización estuvo a cargo de Francisco Gutiérrez (la diosa y el carro), Roberto de Michel (los leones) y el adornista Miguel Ximénez. La diosa y los leones fueron esculpidos en mármol cárdeno de Montesclaros (Toledo) y el resto, en piedra de Redueña, localidad de la Sierra de La Cabrera.
La diosa frigia Cibeles, símbolo de la fertilidad, está montada sobre un carro tirado por un león y una leona (Hipomenes y Atalanta), sobre una roca que se eleva en medio del pilón. La diosa en sus manos lleva un cetro y una llave y en el pedestal se esculpieron un mascarón que escupía agua por encima de los leones hasta llegar al pilón, más una rana y una culebra, que pasan desapercibidas.

El conjunto escultórico tiene en total un diámetro de 32 metros y una altura de 8 metros. En el estanque superior hay dos surtidores verticales que alcanzan los 5 metros de altura, acompañados de una serie de chorros inclinados que envían el agua desde la diosa hasta la parte externa. A mediados del siglo XX la fuente se hizo más artística con el añadido de surtidores y diversos chorros formando cascadas y agregando la iluminación de colores.
Al principio, iba destinada a los Jardines de La Granja de San Ildefonso en Segovia, pero al remodelar el Paseo del Prado, se instaló en 1782 en el Salón del Prado de Madrid, a la entrada del paseo de Recoletos y mirando hacia la fuente de Neptuno. En 1895 se trasladó el monumento al centro de la plaza, colocando a la diosa mirando al primer tramo de la calle de Alcalá.


La plaza de Cibeles se llamó al principio Plaza de Madrid y en el año 1900 tomó el nombre de plaza de Castelar. Está delimitada por los edificios del Palacio de Buenavista (Cuartel General del Ejército), Palacio de Linares (Casa de América), Palacio de Comunicaciones (Ayuntamiento) y Banco de España. Entre el monumento y el palacio de Buenavista, había unos edificios pequeños donde estaba ubicada la Inspección de Milicias y más tarde la Presidencia del Consejo de Ministros, hasta que un incendió a finales del XVIII, destruyó todo el grupo de casas. Entre los daños sufridos a lo largo de su historia, se encuentran la pérdida de un brazo, las llaves y el cetro en 1931 y graves ataques a uno de los leones durante la Guerra Civil Española.